jueves, 1 de octubre de 2009

Dios Padre- Amor -Amante * 07.10.-2009


En el número anterior reflexionaba sobre el “analfabetismo trinitario” de nuestra vivencia de fe. Para contrarrestarlo habrá que decir algo sobre las Personas de la Trinidad. Me parece que una afirmación que ayuda a sentar las bases para empezar a comprender esta realidad es la siguiente: el Padre es el Padre porque no es ni el Hijo ni el Espíritu Santo; el Hijo es Hijo porque no es ni el Padre ni el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo es Espíritu Santo porque no es ni el Padre ni el Hijo. Es una formulación que puede resultar divertida por lo evidente que es y porque parece un juego de palabras, pero tiene la virtud de dejarnos muy en claro que son tres personas porque son distintas entre sí y esto significa que cada una tendrá sus propias características específicas. En esta ocasión el tema es Dios Padre.

Que Dios es Trinidad lo sabemos por la revelación del Nuevo Testamento: Jesús nos revela las tres Personas Divinas. Y es evidente que la revelación de que Dios es Padre va de la mano con la revelación de que tiene un Hijo porque lo que a uno lo convierte en padre es tener hijo(s). El Padre es Padre no por ser creador sino porque tiene un Hijo (y el Hijo por unido que esté al Padre no es el Padre). Tal es el tema central del Nuevo Testamento en cuanto que el Hijo de Dios es el que se ha encarnado o “humanado” en Jesús de Nazaret, como lo expresa bellamente el prólogo del evangelio de Juan (1,1-18).

La Trinidad se reveló especialmente en el acontecimiento pascual. En éste el Padre es quien entrega al Hijo por amor al mundo (ver Jn 3,16; Rom 8,32; etc.) y quien lo resucitó, dándole a él y en él a los pecadores y alejados el Espíritu de reconciliación y de vida (ver Hech 2,24; Rom 1,4; 5,8; Ef 2,4-6; Col 2,13).

Entre Jesús y su Padre se da una relación de pertenencia recíproca (Jn 17,10: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”) y de inmanencia o de inhabitación mutua (Jn 10,38: “El Padre está en mí y yo estoy en el Padre”).

En el Nuevo Testamento en la casi totalidad de los casos en que aparece la palabra “Dios” designa al “Padre”. En el plan de salvación al Padre le corresponde siempre la iniciativa del amor. El Padre es amor fontal: es la fuente de donde brota el amor. El Padre es el principio, la fuente y el origen de la vida divina. Su propiedad característica es que es no-engendrado. Él es principio en cuanto que es Aquel de quien todo procede. El Padre es el eterno Amante. Es ese fluir del amor amante el que genera al Hijo, el que lo hace ser Padre del Hijo eterno. En el amor, el Padre sale de sí para engendrar al Amado.

Ahora bien, para nosotros los creyentes el punto de partida para hacer la experiencia de Dios Padre es la vida de Jesús, la relación de Jesús con su Padre, puesto que él es el único y verdadero Hijo. Pero el Padre se nos da en Jesús y, a la vez, Jesús nos regala a su Padre. El centro de la vida de Jesús fue la predicación del Reinado de Dios y el gran secreto de ese Reinado es que en él no hay un Rey sino un Padre caracterizado por su amor misericordioso. La aceptación de Dios como Padre se expresa en una determinada conducta: el amor fraternal entre los que tenemos la conciencia real de tener un Padre común.

Ser hecho a imagen y semejanza de Dios Padre significa vivir amando, creando, perdonando, dando vida, cuidándola y protegiéndola con solicitud, en especial en las situaciones en que se encuentra en peligro de extinguirse: “El que no ama, no ha conocido a Dios (al Padre), porque Dios es amor… El que está en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 4,8.16).

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