viernes, 26 de marzo de 2010

Fiesta de la Resurrección "Pascua"


Un año más la Iglesia proclamará su fe pascual: Jesús de Nazaret, el que predicó la llegada del Reino de Dios en Galilea y Jerusalén, el que fue crucificado por orden de Poncio Pilatos y murió en Cruz, está vivo. Y nosotros responderemos a este mensaje con el “sí” rotundo de nuestra fe, con un “amén” que brota de lo más hondo de nuestros corazones creyentes y produce en ellos, por la acción del Espíritu Santo, toda la paz y el gozo de la Pascua.

Para nosotros, los cristianos, Jesucristo no es un personaje del pasado, no es meramente alguien que haya ejercido y sigue ejerciendo todavía una influencia sobre la humanidad, dejando una huella decisiva que ningún hombre ha marcado en la historia. Para nosotros Jesucristo es mucho más. Es Alguien que vive, y Alguien que porque vive, nos da vida.

Él mismo nos dice, en el libro del Apocalipsis: “¡No temas! Yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Ap 1,17-18).


Jesucristo Resucitado escapa a nuestra percepción sensible, es invisible a nuestros ojos, no le podemos tocar con nuestras manos, pero nuestra fe pascual da acceso a Él y nos coloca en relación vital con Él. Somos como el ciego de Jericó, no le vemos pero a través de la fe “sentimos” su presencia.

Para nosotros Jesucristo es Alguien cuya presencia no sensible es compañía. Alguien que de manera invisible, pero cierta, dirige a su Iglesia, que actúa en ella a través del Espíritu Santo y enriquece a su Iglesia con pluralidad de carismas.


Jesucristo no pertenece al pasado, es contemporáneo nuestro, está presente entre nosotros de diversas maneras. Jesucristo está presente en su Palabra, proclamada en la Iglesia o leída en la soledad, especialmente en sus palabras del Evangelio (Verbum Verbi). Desde ahí, Él nos habla, nos interpela y solicita nuestra respuesta.


Jesucristo está presente en los Sacramentos, sea quien sea el ministro que los administra. Es Cristo quien bautiza, quien confirma con el sello del Espíritu, quien perdona los pecados, quien unge a los enfermos, quien confiere el orden sacerdotal y se hace presente en la unión matrimonial de los cristianos. Pero sobre todo sabemos que está presente, con una presencia privilegiada, que denominamos real y sustancial, en la Eucaristía, y con una presencia casi tangible de la que apenas nos separan los tenues velos del pan y del vino.


Cristo Resucitado está presente en la comunidad: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Cristo Resucitado está presente en los pobres, en los que sufren: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Todo lo que hagamos con las familias en situación de paro y economía, lo hacemos con Jesús.


Al celebrar la Pascua nuestra fe cristiana no se refugia en la pura memoria del pasado, no vive de nostalgia de acontecimientos pretéritos, sino que anuncia y celebra la alegría de una presencia: Jesucristo Resucitado. Una presencia que hay que saber buscar y percibir con los ojos límpidos de la fe, porque nos puede pasar desapercibido como a los discípulos durante su viaje a Emaús (cf. Lc 24, 13-35).


Pero, es más, Jesucristo Resucitado no sólo está presente entre nosotros, sino que nuestra vida cristiana es un vivir en Cristo. Estamos unidos a Él como los sarmientos a la vid.
Nuestras vidas están insertas en la suya, participamos ya desde ahora de esa vida nueva de Cristo Resucitado, como dice San Pablo: “Hemos resucitado con Él” (cf. Col 3,1). De este modo damos testimonio de que la fuerza de su Resurrección actúa en nosotros (cf. Flp 3, 10).


Pido al Señor que la ya inminente celebración de los misterios pascuales suponga para todos nosotros una auténtica profundidad en nuestra vida cristiana y un renovado compromiso de ser testigos de nuestra fe pascual en medio de nuestra sociedad.


¡Feliz Pascua de Resurrección a todos

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