viernes, 26 de marzo de 2010

Fiesta de la Resurrección "Pascua"


Un año más la Iglesia proclamará su fe pascual: Jesús de Nazaret, el que predicó la llegada del Reino de Dios en Galilea y Jerusalén, el que fue crucificado por orden de Poncio Pilatos y murió en Cruz, está vivo. Y nosotros responderemos a este mensaje con el “sí” rotundo de nuestra fe, con un “amén” que brota de lo más hondo de nuestros corazones creyentes y produce en ellos, por la acción del Espíritu Santo, toda la paz y el gozo de la Pascua.

Para nosotros, los cristianos, Jesucristo no es un personaje del pasado, no es meramente alguien que haya ejercido y sigue ejerciendo todavía una influencia sobre la humanidad, dejando una huella decisiva que ningún hombre ha marcado en la historia. Para nosotros Jesucristo es mucho más. Es Alguien que vive, y Alguien que porque vive, nos da vida.

Él mismo nos dice, en el libro del Apocalipsis: “¡No temas! Yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Ap 1,17-18).


Jesucristo Resucitado escapa a nuestra percepción sensible, es invisible a nuestros ojos, no le podemos tocar con nuestras manos, pero nuestra fe pascual da acceso a Él y nos coloca en relación vital con Él. Somos como el ciego de Jericó, no le vemos pero a través de la fe “sentimos” su presencia.

Para nosotros Jesucristo es Alguien cuya presencia no sensible es compañía. Alguien que de manera invisible, pero cierta, dirige a su Iglesia, que actúa en ella a través del Espíritu Santo y enriquece a su Iglesia con pluralidad de carismas.


Jesucristo no pertenece al pasado, es contemporáneo nuestro, está presente entre nosotros de diversas maneras. Jesucristo está presente en su Palabra, proclamada en la Iglesia o leída en la soledad, especialmente en sus palabras del Evangelio (Verbum Verbi). Desde ahí, Él nos habla, nos interpela y solicita nuestra respuesta.


Jesucristo está presente en los Sacramentos, sea quien sea el ministro que los administra. Es Cristo quien bautiza, quien confirma con el sello del Espíritu, quien perdona los pecados, quien unge a los enfermos, quien confiere el orden sacerdotal y se hace presente en la unión matrimonial de los cristianos. Pero sobre todo sabemos que está presente, con una presencia privilegiada, que denominamos real y sustancial, en la Eucaristía, y con una presencia casi tangible de la que apenas nos separan los tenues velos del pan y del vino.


Cristo Resucitado está presente en la comunidad: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Cristo Resucitado está presente en los pobres, en los que sufren: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Todo lo que hagamos con las familias en situación de paro y economía, lo hacemos con Jesús.


Al celebrar la Pascua nuestra fe cristiana no se refugia en la pura memoria del pasado, no vive de nostalgia de acontecimientos pretéritos, sino que anuncia y celebra la alegría de una presencia: Jesucristo Resucitado. Una presencia que hay que saber buscar y percibir con los ojos límpidos de la fe, porque nos puede pasar desapercibido como a los discípulos durante su viaje a Emaús (cf. Lc 24, 13-35).


Pero, es más, Jesucristo Resucitado no sólo está presente entre nosotros, sino que nuestra vida cristiana es un vivir en Cristo. Estamos unidos a Él como los sarmientos a la vid.
Nuestras vidas están insertas en la suya, participamos ya desde ahora de esa vida nueva de Cristo Resucitado, como dice San Pablo: “Hemos resucitado con Él” (cf. Col 3,1). De este modo damos testimonio de que la fuerza de su Resurrección actúa en nosotros (cf. Flp 3, 10).


Pido al Señor que la ya inminente celebración de los misterios pascuales suponga para todos nosotros una auténtica profundidad en nuestra vida cristiana y un renovado compromiso de ser testigos de nuestra fe pascual en medio de nuestra sociedad.


¡Feliz Pascua de Resurrección a todos

LA PASCUA DE LA RESURRECCIÓN


1. La Pascua judía.
El nombre de Pascua deriva de la palabra hebrea Phase o Phazahah, y significa "paso" o "tránsito", o más propiamente "salto". El objeto principal de la Pascua judía fue conmemorar el "pasó" del Ángel exterminador por las casas de los egipcios, matando a sus primogénitos; pasando por alto, o "saltando", y perdonando a los de los hebreos.Refiriéndose a este "paso" del Ángel exterminador, dice el texto bíblico: Llamó Moisés a todos los ancianos de Israel, y díjoles: Id y tomad el animal por vuestras familias, e inmolad la Pascua, etc. (1)Al propio tiempo que conmemora el paso del Ángel exterminador por las casas de los egipcios, la Pascua judía les recordaba a los hebreos la comida del Cordero, y el insigne beneficio de haber sido ellos librados de la esclavitud, "pasando" a pie enjuto el mar Rojo.Este Cordero es el animal que en el versículo 21 del Éxodo, antes citado, les mandaba Moisés tomar a los hebreos, por familias, e inmolarlo para celebrar la Pascua, o "paso" del Ángel. De él habla minuciosamente' el Éxodo en el capítulo XII, vers. 5, 6, 8, 9, 10, 11, 26 y 2.7.Tales eran, en resumen, las ceremonias de la Pascua judía, y tales los sucesos que con ella conmemoraban. Todo en ella era figura de la Pascua cristiana. El Cordero pascual, especialmente, era una imagen tan viva y tan perfecta de Jesucristo, que los mismos Apóstoles la hicieron resaltar en sus escritos.
2. La Pascua cristiana. La Pascua cristiana, de la que la judía, como hemos ya dicho, era una mera figura, fué establecida, en los tiempos apostólicos, para conmemorar, según unos, la Pasión de Nuestro Señor, y según otros, su Resurrección. De todos los modos, hoy tiene por objeto celebrar el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo, que fué un "tránsito" glorioso de la muerte a la vida, después de haber pasado por el mar Rojo de la sangrienta Pasión.La Pascua judía celebrábase el 14 del primer mes judío (el 14 de Nisán), día y mes que Jesucristo fué inmolado en la Cruz. Está demostrado que la muerte del Señor acaeció en viernes: el Viernes Santo, que nosotros festejamos. Desde el principio se suscitó entre los cristianos, a este respecto, una controversia, la "controversia pascual", que tuvo su resonancia en todas las Iglesias. Disputábase entre ellas acerca del día en que debía celebrarse la Pascua. Las Iglesias de Asia fijaban la data de la Pascua, a' la usanza judía, el 14 de Nisán, fuese cual fuese aquél el día de la semana; mientras Roma, y con ella casi todo el Occidente, la retardaba al domingo siguiente, precisamente para no coincidir con los judíos. De esta suerte, la Pascua era, para los unos, el aniversario de la Muerte del Señor, y para los otros, de su Resurrección. La cristiandad estaba, pues, frente a un grave conflicto litúrgico. Unos y otros invocaban en su favor la autoridad y la tradición apostólica: los asiáticos, la de San' Felipe y San Juan, que vivieron y murieron entre ellos; los romanos, la de San Pedro. ¿Cuál de ellos triunfará?Entre el Papa Aniceto (157-168) y San Policarpo, obispo de Esmirna, se plantea abiertamente la cuestión; pero nada se resuelve. El Papa Víctor I (190-198), la vuelve a encarar con ánimo de zanjarla, y, al efecto, invita a todas las Iglesias de Oriente y de Occidente a reunirse en sínodos para deliberar. Los occidentales abogaban, casi por unanimidad, por el uso romano; en cambio los asiáticos se aferraban a su tradición. El Papa, dispuesto a poner término al conflicto, separa a los hermanos de Asia de la comunión católica, y después de intervenciones conciliatorias por ambas partes, el Oriente y el Occidente convienen celebrar la Pascua en domingo, práctica que definitivamente quedó consagrada en el concilio de Nicea (2).Pero si todas las Iglesias de la cristiandad estaban ya de acuerdo en celebrar la Pascua, no ya el 14 de Nisán, como los judíos, sino en un domingo; faltaba todavía fijar para siempre el tal domingo, ya que de eso dependía todo el ciclo litúrgico anual. Después de muchos y difíciles estudios y de tantear, durante largos años, los diversos sistemas astronómicos en uso, para concordar en lo posible los años solares y lunares; por fin, la Iglesia romana fijó definitivamente la celebración de la Pascual el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera, o del 21 de marzo, pudiendo por lo tanto, oscilar la fiesta entre el 22 de marzo y el 25 de abril.La data de la Pascua es, en el calendario actual de la Iglesia, la más importante de todo el año, pues regula todas las fiestas movibles, influyendo en los períodos litúrgicos que la preceden y la siguen. Es ella la fiesta movible por excelencia, y lo es porque se rige por la edad de la luna, mientras las fiestas fijas siguen el cómputo solar. La edad siempre cambiante de la luna y en retardo siempre con respecto al sol, origina entre el año solar y lunar un conflicto difícil de conciliar. La solución dada por los peritos para el calendario -eclesiástico es, a no dudarlo, la más racional; pero no ha podido evitar el constante desacuerdo entre el año litúrgico y el civil, ni que, de tiempo en tiempo, se suscite entre los astrónomos y economistas polémicas tendientes a la estabilidad de la Pascua y, por lo mismo, a la creación de un calendario único universal. En las últimas discusiones háse propuesto como fecha invariable de la Pascua, o bien un domingo, y éste sería el ségundo de abril; o bien el 1º de abril, sea el día que fuere de la semana. Nada ha dicho todavía al respecto la Iglesia, y si algo determina algún día no será, ciertamente, para desplazar del domingo la Pascua, al que está ligada por tantas y tan poderosas razones.De elegirse un domingo fijo, el que sigue al 25 de marzo tendría la ventaja de hacer honor a una fecha considerada en la antigüedad como la de la concepción y muerte del Señor, que sirvió probablemente para fijar la data de Navidad el 25 de diciembre (3).
3. La solemnidad pascual. Los oficios pascuales propiamente dichos, preludian el Sábado Santo, con la Bendición del fuego y todo lo demás, que, originariamente, correspondía a la noche de ese día y a la madrugada del domingo; pero la Pascua verdadera comienza con la Resurrección de Jesucristo, en la aurora del domingo. He aquí cómo la anuncia al mundo católico el Martirologio Romano:En este día que hizo el Señor, celebramos la Solemnidad de las solemnidades, y nuestra PASCUA, es decir: La Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo, según la carne.En el Breviario romano, los Maitines de Pascua son los más cortos del, año, debido a que los eclesiásticos habían pasado en vela, toda la noche del sábado con los oficios bautismales, y a que era de rigor colocar los Laudes al rayar el alba, para con ellos saludar la Resurrección.En la Edad Media, estuvo muy en boga la costumbre de representar dramáticamente en los templos la escena de la Resurrección, inmediatamente después de los Maitines y antes de Laudes. Con variantes locales, el drama litúrgico reducíase a lo siguiente:El clero y los fieles iban en procesión, con cirios encendidos en las manos, y, a veces, con incienso y aromas, a un cierto lugar del templo en que se había instalado un Sepulcro imaginario. Allí esperaban varios clérigos vestidos de albas, representando a las tres Marías y a los. Apóstoles San Pedro y San Juan, a los que asociaban los niños del coro, personificando a los Ángeles mensajeros de la Resurrección. Al acercarse al sepulcro, los Ángeles preguntaban, cantando, a las MaríasQuem quaéritis in Sepulchro? - ¿A quién buscáis en el Sepulcro?Y respondían ellasJesum Nazarenum. - A Jesús Nazareno. Contestándoles los ÁngelesSurrexit; non est hic. - Ha resucitado; no está aquí. Y levantando el velo o sudario que cubría el, Sepulcro imaginario, los Ángeles se lo mostraban vacío a las Marías y a toda la concurrencia. Inmediatamente, se entablaba entre ellos el gracioso diálogo de la Secuencia Victimae Paschali laudes, de la Misa de Pascua, terminando el acto con el T e Deum
(4).En algunas iglesias, en la Capilla llamada del Santo Sepulcro, y cubierto con el Sudario, se ocultaba desde el jueves Santo el Santísimo. Sacramento; y hecha toda esa triunfante representación escénica, se le descubría, y se le llevaba en procesión por el interior del templo, para festejar así la victoria de la Resurrección.En otras iglesias se celebraba el desentierro del aleluya, como un complemento de la ceremonia del entierro realizada la víspera de Septuagésima; cuya aparición se saludaba con cánticos de regocijo.Seguramente es un vestigio de estos antiguos usos populares la típica procesión que en algunos países se celebra actualmente todavía en la mañana de Pascua para representar el encuentro de Jesús con la Virgen su Madre, y los mutuos saludos de parabienes que se dirigen por boca de algunos de los concurrentes.1. La Misa. La liturgia de la Misa de Pascua como toda la de este día, tanto en su parte textual como melódica, es un desbordamiento de gozo por el triunfo insuperable de la Resurrección. La pieza típica, en la Misa, es la prosa Victimae pascháli, que le sirve de Secuencia y que dramatiza el hecho de la Resurrección.En Roma, la estación y la Misa papal celebrábanse en la basílica de Santa María la Mayor, Era lógico que la primera visita y los primeros honores pascuales se le reservaran a la Madre de Dios, a quien también su Hijo visitaría antes que a nadie, para hacerla participante del triunfo de la Resurrección.La Secuencia Victimae paschali háse atribuído a Wipo (t 1050), capellán en la corte de Conrado II y de Enrique III.
En el texto del Misal se ha suprimido, no sabemos por qué, toda la quinta estrofa, que corresponde a los cantores y que dice:
Credéndum est magis sol¡Mariae veráci
Quam judeórumTurbae falláci.

Hay que creer más al solotestimonio veraz de María,
que al falaz de todo elTurbae falláci.pueblo judío.

En muchas iglesias benedictinas (y, en algunos países, en otras que no lo son), al Ofertorio de la Misa se bendicen los huevos pascuales, cómo en el Sábado Santo se bendijo el Cordero pascual.Ambos ritos atestiguan la fe y exquisita piedad de los antiguos cristianos, quienes, así como se habían abstenido por obedecer a la Iglesia, durante toda la Cuaresma, de carnes, huevos y otros manjares regalados, se, resistían a volver a usarlos sin antes presentarlos a la bendición de la misma Iglesia, su Madre amantísima. Para expresar que con la bendición pierden los huevos su ser y hasta su aspecto vulgar, se acostumbra a pintarlos de colores y a decorarlos con aleluyas y emblemas alusivos a la Resurrección (5)
.2. Las Vísperas. Las Vísperas de Pascua no ofrecen hoy notabilidad alguna, pero en los ocho primeros siglos de la Iglesia, constituían para el pueblo cristiano un verdadero acontecimiento litúrgico. Por la mañana, había ocupado la atención de todos el hecho primordial de la Resurrección; en cambio, por la tarde, eran los neófitos los héroes de la fiesta. Vestidos ellos de blanco y rodeados de toda la asamblea de los fieles, asistían a las Vísperas, que, en Roma, celebraba el Papa con toda la pompa pontifical.Terminado el tercer salmo, organizábase una brillante procesión para conducir a los neófitos al baptisterio en que, la noche anterior, habían sido solemnemente bautizados. Encabezaba la procesión el Cirio pascual, tras del cual iba un diácono con el vaso del Santo Crisma, y, en pos de él, la Cruz mayor acompañada de siete acólitos con siete candeleros de oro, que representaban los del Apocalipsis. Seguían el clero y el Pontífice, y, por fin, los neófitos de dos en dos, y todos los demás asistentes. Colocados los neófitos en derredor de la piscina, el prelado incensaba las aguas bautismales, mientras la asamblea continuaba cantando los demás salmos y antífonas de Vísperas. De regreso a, la basílica, los neófitos se estacionaban debajo del Crucifijo que se elevaba en el arco triunfal, para rendir homenaje al divino Libertador.
4. Usos y costumbres antiguos. Además de las representaciones escénicas y ritos litúrgicos, como la bendición de los huevos, a que hemos aludido, los ceremoniales y tratados de liturgia medioevales reseñan algunos usos y costumbres pascuales, que nos place desenterrar para solaz de los cristianos ilustrados.1. Habiendo sido el tiempo de Cuaresma días de austeridades y privaciones, así para los templos materiales como para los espirituales, que somos nosotros; parecía lógico que, al llegar la Pascua, uno y otros se aliñasen y adornasen como para semejante fiesta.Al efecto, acostumbrábase con ese motivo a tomar baños, a arreglarse las barbas, las tonsuras y el peinado, y a vestirse con trajes de color, preferentemente blancas, para así estimularse mutuamente a la limpieza interior, y a la vez contribuir al mayor esplendor de la Solemnidad. El templo material, por su parte, hacía gala en esta fiesta de sus mejores ropas y adornos, ora en los paños murales, cubriéndolos con cortinas y tapices de seda; ora en las sillerías del coro, aforrando con ricos tapetes de colores los respaldos y reclinatorios; ora en los altares, aderezándolos con candeleros y relicarios de oro o de plata, con estuches para textos del Evangelio, etc.2. El día de Pascua era el día clásico para la Comunión pascual, y, para acercarse libres de rencores a la mesa eucarística, estaba en uso darse antes los cristianos el ósculo de paz, el cual servía te las nuevas Pascuas.La ceremonia se verificaba, ora después de Maitines, ora en el momento de las representaciones dramáticas, ora al principio de la Misa. El que daba el ósculo decía entre tanto: Resurrexit Dóminus, "el Señor ha resucitado"; ' y el que lo recibía le contestaba: Deo gracias, "a Dios gracias". La liturgia griega ponía en labios de los fieles, augurios como éstos: Esta es la Pascua felicísima, la Pascua del Señor, la Pascua santísima. Abracémonos mutuamente con alegría, ya que ella ha venido a remediar nuestra tristeza... Es hoy el día de la Resurrección; resplandezcamos de gozo, abracémonos, llamemos hermanos aun 'a los que nos odian, depongamos toda clase de resentimientos en atención a la Resurrección del Señor...
3. En algunos países, los buenos cristianos no sólo no se animaban a reanudar el día de Pascua la comida de carnes y huevos sin el beneplácito de la Iglesia, pero ni siquiera a probar ningún otro manjar sin la bendición del sacerdote.A ese fin, llevaba cada familia al atrio o vestíbulo del templo los comestibles necesarios, que el sacerdote bendecía solemnemente, revestido de ornamentos y con Cruz alzada. Cumplida la bendición, era usanza, practicada ya en el Antiguo Testamento, que el sacerdote se reservara el alimento necesario para aquel día.En este mismo orden de cosas, era también costumbre tener en las iglesias cierta provisión de pan y vino, para dar a los hombres que comulgaban aquel día -que eran los más-, un "bocado de pan y un cortadillo de vino", según la expresión de la Regla de San Benito, de donde tomó origen la costumbre. El objeto era precaver los desvanecimientos de los comulgantes débiles y los consiguientes peligros de profanar las sagradas especies.
4. Siendo la Pascua de Resurrección la verdadera fiesta de la libertad cristiana, ya que en ella nos rescató Jesucristo del ominoso yugo de Satanás y del pecado, otra de las costumbres pascuales era abrir, durante la semana, las puertas de las cárceles y presidios de toda especie, para que los cautivos participaran libremente del común gozo de la sociedad. Otro tanto practicaban los amos con sus siervos y esclavos y con los criados en general.Es interesante oír cómo aquellos amos razonaban al otorgarles esta libertad pasajera: "Dámosles -decían- a nuestros siervos y criados y a los pastores de nuestros rebaños y a toda nuestra servidumbre, unos días de asueto y de libertad, para que puedan desahogada y tranquilamente asistir a los divinos Oficios, y comulgar".Asimismo hacíaseles inhumano a los acreedores exigir el pago de las deudas, ya que en días de Pascua todas las cosas decíanse ser a todos comunes
.5. A éstas se unía otro género de libertades, por cierto hoy algo chocantes entre prelados y súbditos, entre amos y criados, y entre esposos las cuales, a la vez que de la ingenuidad de costumbres, nos ilustran acerca del influjo que ejercían en aquellos tiempos las fiestas litúrgicas.Parece ser que, en algunos sitios, los prelados y su clero, se trababan en juegos inocentes, como el de la pelota, y que los amos y los criados alternaban en fiestas y bailoteos. A estas expansiones las llamaban "libertades de diciembre", en recuerdo de las que en dicho mes solían permitirse los patronos con sus peones, y viceversa, para celebrar divertidamente el éxito feliz de la cosecha. Más extraño se nos hace todavía saber, que el lunes de Pascua podían las mujeres azotar a sus maridos, y el martes ellos a ellas; y los criados acusar impunemente a sus amos. Hacíanlo para indicar que debían corregirse mutuamente, y que, en esos días tan santos, estaban unos y otros desobligados del deber conyugal
(6).5. La infraoctava de Pascua. La fiesta de Pascua tiene hoy una octava privilegiada, de primera clase, con oficios y misas propios compuestos de textos alusivos a la gloria de la Resurrección y al Bautismo de los nuevos neófitos. En realidad la octava entera no es más que la continuación y prolongación del mismo día de Pascua, como muy bien lo indican el Prefacio, el Gradual y el Versículo "Haec Dies" tantas veces repetidos durante la semana.Antiguamente toda la octava era fiesta de precepto para todos. Ni los comercios, ni las boticas, ni almacenes permitían abrirse si no era para surtirse de lo indispensable para la vida. Andando el tiempo, se les concedió á los hombres ir al' campo los tres días últimos, para las labores más urgentes. Hasta hace muy poco, en algunos países; se observaban como feriados el lunes y el martes; luego, solamente el lunes; hasta que, al fin, el precepto se ha limitado al domingo.Los neófitos asistían diariamente a la Misa cantada y a las Vísperas, vestidos de los trajes blancos que recibieron el día de su bautismo, y con la vela bautismal. Toda la liturgia de la semana tendía a confirmarlos más y más en la fe y a incitarlos a una vida del todo nueva y fervorosa; de modo que los divinos oficios venían a resultar para ellos y para los que los acompañaban como un catecismo de perseverancia.Todas las tardes, después del tercer salmo de Vísperas, se dirigían, en la misma forma que lo hicieran el día de Pascua, al baptisterio presididos por el clero y por el Cirio pascual, para hacer los honores a la Pila bautismal. Las calles y las plazas de Roma ofrecían todos los días el encantador y emocionante espectáculo de una nutrida procesión de fieles y de neófitos que se dirigía, por la mañana, a la basílica "estacional" para la Misa solemne, y, por la tarde, a otra basílica para las Vísperas, y luego al baptisterio de Letrán.
6. El Sábado "in albis". El día más interesante de la semana era el sábado, llamado in albis deponendis, porque en él debían despojarse los neófitos de los trajes blancos del bautismo, para mezclarse ya con los demás fieles. La Iglesia habíase prendado de su inocencia, y al despedirlos, hacíalo con regaladas expresiones de ternura, de las que todavía se percibe el eco en la misa y oficio del día.La Misa se celebraba en San Juan de Letrán. Por la tarde acudían allí mismo todos los neófitos con sus padrinos y madrinas, para la solemne deposición de sus traes bautismales. Antes de darles orden de despojarse de sus vestiduras blancas, el Pontífice dirigíales una conmovedora exhortación de despedida, encareciéndoles sobremanera la guarda de la inocencia bautismal, gracia que pedía a Dios para ellos con una bellísima oración.7. Los "Agnus Dei". El acto final de esta ceremonia y de la octava pascual, era la entrega a los neófitos del Agnus Dei, reliquia que ya en la Misa había sido distribuída por el Papa a los cardenales y dignatarios eclesiásticos, y después de ella, al clero y a los fieles asistentes.Eran los Agnus Dei unos medallones hechos con la cera sobrante del Cirio pascual del año anterior, bendecidos y ungidos con el santo Crisma por el Papa, y marcados con la efigie del Cordero, símbolo el más expresivo de Jesucristo, Redentor y Salvador del mundo. Los rituales del siglo XIV describían así la ceremonia de la distribución: Durante el canto del Agnus Dei, el Papa distribuye los Agnus Dei de cera a los .cardenales y a los prelados, colocándoselos en sus mitras. Una vez terminado el Santo Sacrificio, van todos al triclinio y se sientan a comer, y, en tre tanto, preséntase un acólito con una bandeja de plata llena de Agnus Dei, y le dice: "Señor, éstos son los tiernos corderillos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de salir de las fuentes, y están radiantes de claridad, aleluya". El clérigo avanza entonces al medio de la sala, y repite el mismo anuncio; luego se acerca más al Pontífice, y, en tono más agudo, repítele por tercera vez y con mayor encarecimiento su mensaje, depositando, por fin, la bandeja sobre la mesa papal. El Papa entonces distribuye los Agnus Dei a sus familiares, a los sacerdotes, a los capellanes, a los acólitos, y envía algunos como regalo a .los soberanos católicos." (7) En realidad, esos "tiernos corderillos" recién salidos de la fuente bautismal y anunciando los regocijos pascuales, eran los neófitos, objeto aquella semana, y especialmente aquel día, de las complacencias del augusto Pastor y de todo el pueblo cristiano.El origen de los Agnus Dei no es ni pagano ni supersticioso, como quieren demostrar algunos arqueólogos, sino cristiano, y probablemente romano. No se remonta más allá del siglo IX. Actualmente, siguiendo un ceremonial del siglo XVI, lo bendice el Papa solemnemente, al principio de su pontificado, y luego cada cinco años; pero existe otra fórmula privada con la cual acostumbra a bendecirlos cuando se han agotado, o en cualquiera otra circunstancia que lo estime conveniente. Su tamaño oscila entre 3 y 23 centímetros, y asimismo el tamaño de la imagen. Ésta representa al Cordero acostado sobre el libro cerrado con siete sellos, nimbado con la cruz, y ostentando la bandera de la Resurrección. A su alrededor va escrita la leyenda: Ecce Agnus Dei, etc. En el reverso suele representarse uno o varios Santos, y allí mismo, o en el anverso, se graba el nombre del Papa reinante. Por la bendición y unciones que se les aplican, los Agnus Dei son considerados como reliquias sagradas, las que en algunas iglesias, como en las benedictinas, se exponen en el altar mayor, el Sábado "in albis"
(8).NOTAS:(1) Exodo, c. XII, v. 21, 22, 23, 28 y 29.(2) Sobre esta "controversia" hablan todas las Historias eclesiásticas. Recomendamos., además: La Iglesia primitiva y el Catolicismo, pág. 159 y sgts.(3) Cf. Dom Carol: Revue du clergé français, 1 marzo 1912; y también: La Vie et les Arts Lit., mayo 1921.(4) Cf. Rationale Div. Of f., por Beleth (siglo XII). Patr. Lat., MI, col. 119; Dom. Schuster: Li b. Sacram., vol. IV, p. 18.(5) Dom Guéranger: Année Lit. (Temes. Pascal)(6) Sobre todos estos usos habla Beleth en el ya citado Rationale, col. 119-126.(7) Dom Schuster: Lib. Sacram., vol. V, p. 96.(8) Para más noticias, consúltense: el Dic. d'Arch. et de Lit. (Agnus Dei); el Dic. de Théol. Cath., t. 1, col. 605; Molien: ob. cit., p. 466.

viernes, 19 de marzo de 2010

San José 19.03.


En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima de la Virgen María.
San Mateo (1,16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3,23), su padre era Helí. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.
Según San Mateo 13,55 y Marcos 6,3, San José era un “tekton”. La palabra significa en particular que era carpintero o albañil. San Justino lo confirma, y la tradición ha aceptado esta interpretación.
Nuestro Señor Jesús fue llamado “Hijo de José”, “el carpintero” (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,22).
Como sabemos no era el padre natural de Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios, pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!
Modelo de silencio y de humildad
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el “Santo del silencio”.
Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un “escogido” de Dios; desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: “sean pocas tus palabras”. Es decir, su vida sencilla y humilde se entrecruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida.
Vida virtuosa
Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta sea total y eficaz. Dios le dio la gracia especial según su particular vocación y, al mismo tiempo, la misión divina excepcional que Dios le confió requirió de una santidad proporcionada.
Se ha tratado de definir muchas veces las virtudes de San José: “Brillan en el, sobre todo las virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la mas perfecta caridad. Guardo con amor y entrega total, el deposito que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se le deposito en sus manos.”
San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.
Amor virginal
La concepción del Verbo divino en las entrañas virginales de María se hizo en virtud de una acción milagrosa del Espíritu Santo, sin intervención alguna de San José. Este hecho es narrado por el Evangelio y constituye uno de los dogmas fundamentales de nuestra fe católica: la virginidad perpetua de María. En virtud a ello, San José a recibido diversos títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguna en si encierra la plenitud de la misión de San José en la vida de Jesús.
San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. Al encontrar al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús:”Hijo, porque has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos”. María nombra a San José dándole el título de padre, prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José un reflejo y una representación auténtica de su Padre Celestial.
La relación de esposos que sostuvo San José y Virgen María es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma mas pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.
Dolor y Alegría
Desde su unión matrimonial con María, San José supo vivir con esperanza en Dios la alegría-dolor fruto de los sucesos de la vida diaria.
En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el Jesús, Hijo de Dios. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”.(Lc 2,33).
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle” (Mt 2,13). San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.
San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto.
Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada, siendo modelo ejemplar de esa amorosa obediencia que como hijo debe a su Padre en el cielo.
Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla mas de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.
Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y el Venerable Beda dice que fue enterrado en el Valle de Josafat.
Patrono de la Iglesia Universal
El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.
¿Que guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.
Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como a hijo y a la Madre de Dios como a esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.
Devoción a San José
Una de las mas fervientes propagadoras de la devoción a San José fue Santa Teresa de Ávila. En el capítulo sexto de su vida, escribió uno de los relatos mas bellos que se han escrito en honor a este santo:
“Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a el. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me saco con mas bien de lo que yo le sabia pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa tan grande las maravillosas mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; de este santo tengo experiencia que socorre en todas las necesidades, y es que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenia nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios”.
Otros santos que también propagaron la devoción a San José fueron San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al Santo Custodio.
Novena a San José: http://www.aciprensa.com/Oracion/novenasj.htm

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lunes, 15 de febrero de 2010

Significado de la Cuaresma


La cuaresma es un período de cuarenta días que la Iglesia ha fijado como preparación a la Pascua.
Comprende desde el Miércoles de Ceniza hasta antes de la eucaristía vespertina del Jueves Santo.

Podemos hablar de dos etapas en la historia de la cuaresma.
Antes que la cuaresma fuera Instituída formalmente por la Iglesia, ya existían en el pueblo de Israel “prácticas cuaresmales” de penitencia, ayuno y oración:



+ A.T. El ayuno de Moisés (Ex. 34, 28).
El precepto de la ley (Lv. 16, 29-31).
La penitencia de Nínive (Jo. 3, 1 ss).

+ N.T. Jesús modelo de ayuno y oración (Mt. 4, 1-2).
La primitiva comunidad (Hech. 14, 23).
San Ireneo en el siglo II y la “Didascalia” en el siglo III nos hablan de ayunos precuaresmales, pero son únicamente algunos días, o bien sólo durante Semana Santa.

Fue hacia fines del siglo IV cuando la Iglesia instituye formalmente este período de cuarenta días como tiempo de preparación a la Pascua.
+ Los penitentes públicos: se preparaban a la reconciliación del Jueves Santo con obras y ritos especiales.

+ Los catecúmenos: se preparaban para recibir el bautismo mediante una participación más intensa en las instrucciones y celebraciones propias.

+ Todos los fieles: se preparaban a la Pascua llevando a cabo obras penitenciales y caritativas, y sosteniendo con su ejemplo y oración a los penitentes públicos y a los catecúmenos.

Existía entonces la piadosa costumbre de las “Misas de estaciones”, que daban comienzo con la celebración del Miércoles de Ceniza y se llevaban a cabo en dos templos: el templo de reunión y el templo de estación, en el camino de uno a otro, los fieles, catecúmenos y penitentes públicos organizaban procesiones cantando y rezando.

Además de estas celebraciones dominicales, los cristianos se reunían los miércoles y viernes, en recuerdo de la captura y muerte del Señor. La finalidad de estas reuniones era dedicarse con más atención y empeño a la escucha de la Palabra de Dios y la oración.


SENTIDO ACTUAL DE LA CUARESMA

Según la reforma del Concilio Vaticano II, la cuaresma tiene dos sentidos:

1) Sentido Bautismal: la cuaresma nos recuerda nuestro bautismo y prepara a los catecúmenos a recibirlo.

2) Sentido penitencial: la cuaresma es tiempo de hacer penitencia individual y social:
+ Individual: aborrecer el pecado y recurrir con más frecuencia al sacramento de la confesión.
+ Social: llevar a cabo obras de caridad.

Los principales temas que la liturgia cuaresmal nos ofrece son:

1) La Cruz: significa hacer morir en nosotros al hombre viejo inclinado a los placeres de la carne para renacer a una vida nueva según el espíritu y la conducta de hijo de Dios.

2) Penitencia: reconocimiento de nuestro propio pecado y pobreza para buscar con sinceridad nuestra conversión.

3) Bautismo: volver a nacer por el agua y el Espíritu a una vida nueva, e insertarnos a la Iglesia pueblo de Dios.

4) Ayuno: ascésis física.

5) Oración: más frecuente, fervorosa, humilde, confiada y nutrida de la palabra de Dios.

6) Caridad fraterna.

7) Escucha de la Palabra de Dios.


LA PENITENCIA

La penitencia, traducción latina de la palabra griega metanoia que en la Biblia significa la conversión (literalmente el cambio de espíritu) del pecador, designa todo un conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido, y el estado de cosas que resulta de ello para el pecador. Literalmente cambio de vida, se dice del acto del pecador que vuelve a Dios después de haber estado alejado de Él, o del incrédulo que alcanza la fe.

"La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el AYUNO, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 Pedro, 4,8.)." (Catecismo Iglesia Católica, n.1434).

"Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia." (Código de Derecho Canónico, cánon 1249).

"En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma." (Código de Derecho Canónico, cánon 1250).

En recuerdo del día en que murió Jesucristo en la Santa Cruz, "todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo." (Código de Derecho Canónico, cánon 1251).


AYUNO Y ABSTINENCIA

Consiste en hacer una sola comida al día, aunque se puede comer algo menos de lo acostumbrado por la mañana y la noche. No se debe comer nada entre los alimentos principales, salvo caso de enfermedad.

Obliga vivir la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que tengan cumplido cincuenta y nueve años. (cfr. CIC, c. 1252).

Se llama abstinencia a privarse de comer carne (roja o blanca y sus derivados). Pescado es posible comer.

La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años en adelante.(cfr. CIC, c. 1252).

"La Conferencia Episcopal de cada País puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad." (Código de Derecho Canónico, cánon 1253).

Origen de la Cuaresma y del Ayuno


Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadragésimo), formado por su analogía con Pentecostés (pentekoste), que ya era usado desde antes de los tiempos del nuevo testamento para nombrar la fiesta judía. Esta etimología adquiere cierta importancia al momento de explicar el desarrollo más antiguo del ayuno oriental.


ORIGEN DE LA COSTUMBRE

Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que "puedan cumplir con su ayuno la institución apostólica de los cuarenta días"- ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historiador Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).

Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi unánimemente esta posición. En los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evolución de su período de duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio de Cesárea (Historia Ecclesiastica V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia de Pascua. En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. "Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche". Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un origen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Eusebio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual (Cfr. la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.

La misma conclusión se puede obtener respecto al lenguaje de Tertuliano, de unos pocos años después. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno católico (i.e. "los días cuando el novio les será arrebatado", que probablemente se referían al Viernes y Sábado Santos) con el más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que era observado por los montanistas. Obviamente se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayuno seco), pero no hay indicación alguna en sus escritos- aunque escribió todo un tratado "De jejunio" y con frecuencia toca el asunto en otras obras- que estuviese familiarizado con algún período de cuarenta días consagrados a ayunar más o menos continuamente (Véase Tertuliano, "De jejunio", II y XIV; "De Oratione", XVIII, etc.).

Sin excepción alguna, los Padres pre-nicenos guardan el mismo silencio en torno a ese tipo de ayuno, a pesar de que muchos de ellos pudieron haberlo mencionado si hubiese sido una institución apostólica. No existe, por resaltar unos ejemplos, mención alguna de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (Ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la "Didascalia", fechada por Funk en las cercanías del año 250. Empero, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.

Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal (Véase, "The Month", abril 1910, 377 ss). De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión.

Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pascual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, por ser algo primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proceso natural de desarrollo, influenciado en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayuno preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: "los días en los que les sería arrebatado el novio". Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.

Como haya sido, encontramos ya en los albores del siglo IV la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Concilio de Nicea (325 d.C.), donde se considera el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; se puede pensar que se refiere a una festividad, como la Ascensión o la Purificación, llamada quadragesima de Epiphania por Ætheria, y no a un período determinado de tiempo.

Mas no debemos olvidar que el vocablo antiguo, pentekoste (Pentecostés), que originalmente significó el quincuagésimo día, había llegado a convertirse en el nombre de todo el período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) que va del Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (Cfr. Tertuliano, "De idolatria", XIV: "pentecosten implere non poterunt"). Como quiera que sea, sí hay seguridad de que, de acuerdo a las "Cartas Festales" de San Atanasio, que en el año 331 este santo impuso a su grey un ayuno preliminar de cuarenta días.

Este ayuno era aparte del de la Semana Santa, mucho más estricto. Ese mismo Padre, el año 339, habiendo viajado a Roma y por gran parte de Europa, escribió a la gente de Alejandría en palabras muy fuertes para ordenarle que lo observase, siendo como era ya de observancia universal, "para que cuando todo el mundo está ayunando, no seamos nosotros el hazmerreír por ser quienes vivimos en Egipto los únicos que en vez de ayunar nos dedicamos al placer". Si bien Funk primeramente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conoció en Occidente antes de la época de San Ambrosio, no podemos desechar esa evidencia.


DURACIÓN DEL AYUNO

El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.).

Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: "Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua.

El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo", N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica.

En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los "escrutinios" preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en "Recent Discoveries"), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días.

Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las "Cartas Festales" de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas "cartas festales" enseña lo siguiente: "Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto.

Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua". N.T.). Esto queda confirmado por la "Constituciones Apostólicas" (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones.

A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su "Peregrinatio", habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, "De Elia et Jejunio", 10).

En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365.

Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de "sacrificium quadragesimalis initii", el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: "...el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.", N.T.)


NATURALEZA DEL AYUNO

La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: "Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados".

En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de "La vida de Santa Melania la Joven" parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, "Vita di S. Melania Giuniore", apéndice XXV, p. 478).

La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua" (Historia Ecclesiastica III, 23).

Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: "Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos". Esta decisión quedó después incorporada al "Corpus Juris", y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir "lacticinia", a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad.

Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la "Torre de la Mantequilla". Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.


RELAJAMIENTO DEL AYUNO CUARESMAL

Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los "lacticinia", incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer.

Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía.

De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del "Micrologus" del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal.

Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la "colación". Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía.

Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las "collationes" (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como "colación", y así se ha llamado desde entonces.

Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período.

Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).

(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro "tiempo fuerte", penitencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)

Fuente: Enciclopedia Católica, por: HERBERT THURSTON

Miercoles de Ceniza, comienzo de la cuaresma: camino hacia la Pascua


La Cuaresma se caracteriza por el llamado a la conversión. Por eso es de rigor empezar este tiempo con el rito austero de la imposición de ceniza. Sus palabras son "Convertíos y creed en el Evangelio" y "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", que nos recuerda la fragilidad de nuestra vida en la tierra.

En los primeros años de la Iglesia la duración de la Cuaresma variaba. Finalmente alrededor del siglo IV se fijó su duración en 40 días. Es decir, que ésta comenzaba seis semanas antes del domingo de Pascua. Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de cuadragésima.

En los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal, presentándose un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. ¿Cómo hacer entonces para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno durante la cuaresma? Para resolver este asunto, en el siglo VII, se agregaron cuatro días más a la cuaresma, antes del primer domingo, estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto. (Si uno cuenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo y le resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta).

Así la Iglesia empezó la costumbre de iniciar la Cuaresma con el miércoles de Ceniza, costumbre muy arraigada y querida por el pueblo cristiano.


LA IMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS

También en los primeros siglos de la Iglesia en Roma, existía la práctica de que los “penitentes” (grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, a las puertas de la Pascua), comenzaran su penitencia pública el primer día de la Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el jueves antes de la Pascua.

Estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X). Entonces, en el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, viendo que el símbolo de la imposición de la ceniza al iniciar la Cuaresma era bueno, se empezó a realizar este rito para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

Por algún tiempo la imposición de la ceniza se realizaba al principio de la celebración litúrgica o independientemente de ella. En la última reforma litúrgica se reorganizó el rito de la imposición de la ceniza con el objetivo de que sea un símbolo más expresivo y pedagógico para los fieles, pasándose a realizar después de las lecturas bíblicas y de la homilía, las cuales nos ayudan a entender el profundo significado de lo que estamos viviendo. La Palabra de Dios, en ese día, nos invita a la conversión. El deseo de convertirnos y volver al Señor es lo que da contenido y sentido al gesto de las cenizas.

Las cenizas usadas para la cruz que recibimos en la frente son obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior.

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.

Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el libro del Génesis que "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de "Adán". Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: "en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz.

El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Por eso cuando nos acerquemos a recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro corazón las palabras que pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que nos lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

jueves, 11 de febrero de 2010

Miercoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma


La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.

Las palabras que se usan para la imposición de cenizas, son:
• “Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida”
• “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"
• “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
Origen de la costumbre

Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.

En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.

En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.

Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.

También, fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.

La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo.Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.

Significado del carnaval al inicio de la Cuaresma

La palabra carnaval significa adiós a la carne y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo, etc.)

Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al miércoles de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma.

Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades, como en Río de Janeiro o Nuevo Orleans.

El ayuno y la abstinencia

El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.

La oración

La oración en este tiempo es importante, ya que nos ayuda a estar más cerca de Dios para poder cambiar lo que necesitemos cambiar de nuestro interior. Necesitamos convertirnos, abandonando el pecado que nos aleja de Dios. Cambiar nuestra forma de vivir para que sea Dios el centro de nuestra vida. Sólo en la oración encontraremos el amor de Dios y la dulce y amorosa exigencia de su voluntad.

Para que nuestra oración tenga frutos, debemos evitar lo siguiente:

La hipocresía: Jesús no quiere que oremos para que los demás nos vean llamando la atención con nuestra actitud exterior. Lo que importa es nuestra actitud interior.
La disipación: Esto quiere decir que hay que evitar las distracciones lo más posible. Preparar nuestra oración, el tiempo y el lugar donde se va a llevar a cabo para podernos poner en presencia de Dios.
La multitud de palabras: Esto quiere decir que no se trata de hablar mucho o repetir oraciones de memoria sino de escuchar a Dios. La oración es conformarnos con Él; nuestros deseos, nuestras intenciones y nuestras necesidades. Por eso no necesitamos decirle muchas cosas. La sinceridad que usemos debe salir de lo profundo de nuestro corazón porque a Dios no se le puede engañar.

El sacrificio

Al hacer sacrificios (cuyo significado es "hacer sagradas las cosas"), debemos hacerlos con alegría, ya que es por amor a Dios. Si no lo hacemos así, causaremos lástima y compasión y perderemos la recompensa de la felicidad eterna. Dios es el que ve nuestro sacrificio desde el cielo y es el que nos va a recompensar. “Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Tú cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino Tu Padre, que está en lo secreto: y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará. “ (Mt 6,6)”

Conclusión

Como vemos, la ceniza no es un rito mágico, no nos quita nuestros pecados, para ello tenemos el Sacramento de la Reconciliación. Es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo que es el Domingo de Resurrección.

Debe ser un tiempo de reflexión de nuestra vida, de entender a donde vamos, de analizar como es nuestro comportamiento con nuestra familia y en general con todos los seres que nos rodean.

En estos momentos al reflexionar sobre nuestra vida, debemos convertirla de ahora en adelante en un seguimiento a Jesús, profundizando en su mensaje de amor y acercándonos en esta Cuaresma al Sacramento de la Reconciliación (también llamado confesión), que como su nombre mismo nos dice, representa reconciliarnos con Dios y sin reconciliarnos con Dios y convertirnos internamente, no podremos seguirle adecuadamente.

Está Reconciliación con Dios está integrada por el Arrepentimiento, la Confesión de nuestros pecados, la Penitencia y finalmente la Conversión.

El arrepentimiento debe ser sincero, reconocer que las faltas que hemos cometido (como decimos en el Yo Pecador: en pensamiento, palabra, obra y omisión), no las debimos realizar y que tenemos el firme propósito de no volverlas a cometer.

La confesión de nuestros pecados.- el arrepentimiento de nuestras faltas, por sí mismo no las borra, sino que necesitamos para ello la gracia de Dios, la cual llega a nosotros por la absolución de nuestros pecados expresada por el sacerdote en la confesión.

La penitencia que debemos cumplir empieza desde luego por la que nos imponga el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, pero debemos continuar con la oración, que es la comunicación íntima con Dios, con el ayuno, que además del que manda la Iglesia en determinados días, es la renuncia voluntaria a diferentes satisfactores con la intención de agradar a Dios y con la caridad hacia el prójimo.

Y finalmente la Conversión que como hemos dicho es ir hacia delante, es el seguimiento a Jesús.

Es un tiempo de pedir perdón a Dios y a nuestro prójimo, pero es también un tiempo de perdonar a todos los que de alguna forma nos han ofendido o nos han hecho algún daño. Pero debemos perdonar antes y sin necesidad de que nadie nos pida perdón, recordemos como decimos en el Padre Nuestro, muchas veces repitiéndolo sin meditar en su significado, que debemos pedir perdón a nuestro Padre, pero antes tenemos que haber perdonado sinceramente a los demás.

Y terminemos recorriendo al revés nuestra frase inicial, diciendo que debemos escuchar y leer el Evangelio, meditarlo y Creer en él y con ello Convertir nuestra vida, siguiendo las palabras del Evangelio y evangelizando, es decir transmitiendo su mensaje con nuestras acciones y nuestras palabras.
Sugerencias para vivir la fiesta
• Asistir a la iglesia a ponerse ceniza con la actitud de conversión que debemos tener.
• Leer la parábola del hijo pródigo, San Lucas 15, 11-32 o el texto evangélico de San Mateo 6, 1-8.

Fuente: Catholic.net