jueves, 24 de septiembre de 2009

Una nueva Hija de Dios


El 13 de Septiembre recibió las aguas bautismales Marianna Victoria Bianco Hernández, hija de Gaspar Bianco y de Luisa Hernández, miembros activo de nuestra comunidad parroquial siendo sus padrinos Régulo Bermudez Hernández y María Josefina Ovies de Bermudez. Otra hija de Dios, hermana de Jesucristo y Templo del Espíritu Santo. y seguro que con el ejemplo de sus padres y padrinos será un miembro activo del pueblo de Dios. Sea bienvenida una nueva testigo y misionera de Jesucristo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

amor sin condiciones




La única condición que Dios nos pone es la de no poner condiciones.
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"La ley de Dios no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario, la garantiza y la promueve."
V. S. 35
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¿Crees que el sol existe cuando no lo ves por causa de una nube?; entonces no dudes de la bondad de Dios para contigo, cuando parece que él esconde su rostro.
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Si Dios cuenta nuestros cabellos, también cuenta nuestras lágrimas.
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A quien Dios llama, él equipa: y cuando él equipa, él envía.
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"Si experimentas tu propia debilidad, es que estás siendo llamado por Dios a entregarte a su misericordia."
P. Tadeusz Dajczer
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"Nunca las noticias son malas para los elegidos de Dios."
Jean Paul Sartre
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"La Ley ha sido dada para que se implore la gracia; la gracia ha sido dada para que se observe la ley."
San Agustín
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"El único sentido de esta vida consiste en ayudar a establecer el reino de Dios."
León Tolstoi
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"Sólo hay dos clases de personas coherentes: los que gozan de Dios porque creen en él y los que sufren porque no le poseen."
Pascal
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En los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa; en el divino, se perdona... Bendito sea Dios.
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"Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres."
Rabindranath Tagore
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"Dios no encuentra sitio en nosotros para derramar Su amor, porque estamos llenos de nosotros mismos."
S. Agustín
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"Mienten los que dicen que no perciben la existencia de Dios, pues aunque lo aseguren de día, de noche y solos, dudan."
Séneca
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"Todos aquellos que han pensado mucho en Dios, sin duda un día le verán."
J. Joubert
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"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir."
Albert Einstein
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"El propósito último para cada uno de nosotros que conoce a Dios, es amarle y disfrutar de Su presencia. Que pena que olvidemos la simplicidad de esta gran verdad."
M. Guyón
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"Nuestro amor para con Dios es probado por esto: ¿lo buscamos a Él, o buscamos sus dones?"
Madame Guyón
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"Dios tiene una tendencia de reunirse a sí mismo con el creyente.
Cada momento de tu vida, Dios está derramando su infinito amor y benevolencia sobre ti y sobre cada alma humana."
Madame Guyón
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La llamada de Dios no se fija en antecedentes humanos y es irresistible.
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"¿Por qué he de preocuparme? No es asunto mío pensar en mi.
Asunto mío es pensar en Dios. Es cosa de Dios pensar en mi."
Simone Weil
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"El mundo pasa y sus deseos pero el que tiene el amor de Dios en su corazón, ante todas las cosas...PERMANECE PARA SIEMPRE."

Publicado por Rocio Figuerero

martes, 15 de septiembre de 2009

Ntra. Sra. de los Dolores 15.09


El misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento evangélico que ha encontrado un eco más amplio y más intenso en la religiosidad popular, en determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris...)

Y, en proporción con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de oriente y de occidente. Es curioso cómo estas tres dimensiones de la piedad están idealmente unidas en la liturgia de rito romano en el Stábat Mater, atribuido a Jacopone de Todi, secuencia nacida en un contexto de intensa religiosidad popular, utilizada de varias maneras en los ejercicios piadosos y, aunque de forma facultativa, presente en la liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa del 15 de septiembre de la Virgen de los Dolores.



Esta singularidad revela que las tres áreas de piedad que hemos señalado, dejando aparte ciertas intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo esencial del misterio evangélico.

Pero el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su primera y última significación, fue captado por la piedad mariana también en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre participó personalmente. En general, se suele considerar el dolor de la Virgen en la infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La meditación cristiana captó y en cierto modo fue codificando progresivamente a lo largo de los siglos siente sucesos dolorosos, siete episodios bíblicos en los que está atestiguada expresamente o intuida por la tradición la participación de María. Se recuerda la subida al templo de José y de María para presentar allí a Jesús a los cuarenta días de su nacimiento, con la relativa profecía del anciano Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según parece, la progresiva revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo”; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada símbolo del camino doloroso de la Virgen, que en la tradición posterior será asumida como signo plástico de los dolores sufridos por la madre del redentor y representada luego en número de siete puñales clavados en el corazón de la Virgen.

El camino de fe de la Virgen se vio muy pronto marcado por un nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y José (Mt. 2, 13-14). Y una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la pérdida en Jerusalén y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José (Lc 2, 43ss), que se concluirá con el hallazgo del Hijo en el templo, nuevo motivo de meditación y de interpretación sobre la voluntad de Dios en el corazón de la madre. La contemplación de la tradición ha querido descubrir en la subida de Jesús con la cruz al Calvario la experiencia síntesis del camino de fe de la madre, y aunque los evangelios no mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la presencia de María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27). Como ya se ha dicho, es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruza (Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19, 40-42a).


SITUACIÓN ACTUAL EN LA DOCTRINA Y EN LA LITURGIA

1. La doctrina:
La distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María de Nazaret, más allá del reparto de los misterios que tuvo lugar en otros siglos que los veneraron por separado, en la sensibilidad teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los fieles, no se percibe como una división puntual de compartimientos estancos, sino que, incluso en la especificación de los diversos episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el camino de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el hombre de dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis autorizada de esta nueva mentalidad en el magisterio del Vat II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie (Jn 19,25), no sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella había engendrado” (LG 58).

En realidad es la comunión profunda, que en cierto modo se hace consciente, entre la madre y el Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el Calvario: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61)

Debido a esta participación amorosa y total, María se convierte “para nosotros en madre en el orden de la gracia” (KG 61). La enseñanza conciliar ha abandonado de hecho los problemas sutiles y las objetivaciones ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas papales que se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y existenciales. Por esta línea ha seguido la investigación, sirviéndose especialmente de la profundización exegética que subraya como María junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo seno están convocados en la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus relativas consecuencias, y cómo “en la pasión según Juan -de tan altos vuelos teológicos- Jesús es el hombre de dolores, que conoce bien lo que es sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,1). Y paralelamente su madre es la mujer de dolores... Ella expresa también el modelo de perfecta unión con Jesús hasta la cruz. Precisamente el estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es una de las tareas más arduas del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se alegran (Rom 12,15; Jn 2,1: bodas de Caná) y llorar con los que lloran (Rom 12,15; Jn 19,25: la cruz de Jesús)”.

Esta ejemplaridad de María adquiere nuevos matices de profundización en las reflexiones de un episcopado como el de Sudamérica: “En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva alianza de Cristo, es junto a él protagonista de la historia”. El misterio de la mater dolorosa, leído en relación con Cristo y con la iglesia, se convierte en experiencia vital para el cristiano no sólo respecto al conocimiento de la historia salvífica, sino también como fuente singular de consuelo y de esperanza para su vida cotidiana.


2. La liturgia:

a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria.
En la exhortación apostólica Marianis cultus, Pablo VI, después de destacar la presencia de la madre en el ciclo anual de los misterios del Hijo y las grandes fiestas marianas, presenta de este modo la memoria del 15 de septiembre: “Después de estas solemnidades se han de considerar, sobre todo, las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como... la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de septiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la madre que comparte su dolor”.

El día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la ecclesia celebra la compasión de aquella que se mantuvo fiel junto a la cruz. Esta memoria tiene un formulario propio (trozos bíblicos y textos eucológicos) para la celebración eucarística y partes propias para la liturgia de las horas. El contenido de la colecta nos puede ayudar a captar el significado de esta celebración: el carácter cristológico de la primer parte (la actio gratiarum) y el eclesilógico de la segunda (la petitio) colocan inmediatamente la memoria del 15 de septiembre en un horizonte de solidez teológica y de amplia visión conciliar. “Señor, tú has querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz”.

El comienzo de la oración alaba al Padre y le da gracias, porque en la hora de la redención quiso que estuviera presente la madre de su Hijo y que participara de su obra. La referencia tan clara al evangelio de Juan (19, 25; 3,14-15; 8,28; 12,32) da a las breves frases iniciales aquella luz de resurrección que el evangelista quiso derramar en el relato de la pasión y muerte de Cristo: la cruz, además de ser instrumento de dolor, es sobre todo un trono de gloria. La madre participa de esta luz. En efecto, la liturgia del 15 de septiembre imprime un carácter de glorificación al misterio del dolor de María (aclamación al evangelio; antífona de la comunión; antífona al Ben.; antífona de vísperas y lectura breve).

De esta forma se sintetizan líricamente dos grandes temas de Juan: la exaltación (3,14-15; 8,28; 12,32) y la hora de Jesús (7,30; 8,20; 12,20-28; 13,1; 16,13-14). La presencia de María encuentra para los dos temas su lugar debido, el lugar querido por Dios. En la colecta esta presencia se subraya por el sustantivo mater en relación con el Filius: la hora de la exaltación en la cruz de Cristo es el punto focal del tríptico “Caná-Calvario-Apocalipsis 12", en donde aparece con toda claridad el “ser madre” de la Virgen . En Caná (Jn 2,1-11) anticipó como madre la inauguración del misterio del Hijo, invitándole a realizar el primero de los “signos”: origen de la fe en los discípulos, a quienes hace reunirse junto con ella y con los hermanos en torno a Cristo (Jn 2,12). Al mismo tiempo, María hizo anticipar también con este signo, proféticamente, aquella hora que se mostró en toda su luz cuando el Hijo del hombre reinó desde el madero y derramó la salvación sobre toda la humanidad. Además, aquella hora, en la que el Hijo prescindió de su madre (Jn 2,4), la Virgen se reveló como madre de todos, como madre de la iglesia (en este sentido hay que leer la oración sobre las ofrendas).

Y una vez más la madre está junto a Cristo en la fe, representados simbólicamente en Juan los discípulos y los hermanos. En esta fe contra toda esperanza experimenta profundamente la Virgen la coparticipación en los sufrimientos del Hijo (“compatientem”, de “pati-cum”, es el término latino de la “editio typica “ del Misal romano, traducido a veces impropiamente con “dolorosa”; lo mismo puede decirse para la oración después de la comunión, en donde “compassionem B. M.V. recolentes” se ha traducido: “al recordar los dolores de la virgen María”. No sólo como madre está íntimamente unida al dolor de Cristo, sino que, como ya hemos observado, lo está como creyente bienaventurada que ve vacilar los fundamentos de su fe con la pasión y la muerte. Al mismo tiempo lucha sufriendo, esperando sólo en aquel que muere.

Surge espontáneamente el recuerdo de Simeón, que había profetizado ya en este sentido: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2,35, del que encontramos un eco en la antífona inicial de la misa en el segundo pasaje evangélico ad líbitum, o sea Lc 2,33-35, y en la segunda liturgia de las horas sacada del Sermones de san Bernardo), y el recuerdo de su vida de fe que la había ido preparando para esta realidad: admirable expresión de los futuros fieles auténticos, que aun en medio del sufrimiento esperan únicamente en aquel que murió y resucitó. En Apocalipsis 12 parece estar clara la referencia a Jn 19,25-27. Por lo que se refiere a la “mujer”, se sabe que los exegetas andan divididos. Sin embargo, creemos que no está lejos la interpretación que ve en esta “mujer” tanto a la iglesia como a María : en efecto, “la iglesia y María son entre sí realidades complementarias, lo mismo que son las dos complementos insustituibles del mismo Cristo”. La madre del Hijo de Dios participa con él, en la hora de la historia, en la generación dolorosa de todos los vivientes, derrotando al enemigo del Hijo del hombre y participando en su glorificación por esta victoria. En este sentido el bíblico “viventium mater” (Gén 3,20) es el título perfecto de la nueva Eva.

Madre espiritual y carnal de Cristo cabeza, madre espiritual de todos los miembros, de todos los hombres. Esta madre es la primera que ofrece su colaboración personal para completar la pasión de Cristo en favor de la iglesia, tal como se expresaba la Mystici Córporis refiriéndose a Col 1,24. Deseo que la liturgia, en la oración después de la comunión, sugiere que se actúe también parta la asamblea que ha celebrado la memoria de la Dolorosa como fruto final. De esta forma la madre se convierte para la ecclesia, que sigue luchando aún contra el dragón, esperando la glorificación final, en signo de una esperanza cierta y en motivo de estímulo.

La petición de la ecclesia es esencial: participar en la pasión de Cristo con aquella que es su madre y su imagen, anhelando ardientemente llegar como llegó ella a la glorificación final: “Haz que la iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”. Estamos en el corazón de la liturgia del 15 de septiembre, la auténtica dimensión cristiana y el sentido último y denso de la celebración, los mismos motivos que aparecen en el Stábat Mater. Lo que se vislumbra al comienzo de la colecta encuentra su petición consecuente en su segunda parte: pasión del Hijo y de la madre (petición de conglorificación). Estas dos peticiones piden lo esencial para la vida de la iglesia. Respetan su ya y su todavía no. San Pablo nos ayuda a profundizar en el sentido de estas súplicas. La comunión total con Cristo Señor nos da la garantía de participar en su vida divina (también la antífonas de laúdes y vísperas).

El espíritu que él nos ha obtenido “da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8, 1-17). Cristo quiso libremente señalar el camino del hombre participando en todo y para todo de la vida humana, viviendo un período concreto de acontecimientos, alegrías y sufrimientos, viviendo hasta el fondo la muerte por la vida. La comunión con él, ser coherederos con su persona, como la vivió también la virgen María, supone asumir, iluminados conscientemente por la fe, la vida de cada día, en donde el límite propio del hombre, el sufrimiento, es un elemento no accesorio: “Coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con él (Rom 8,17).

La participación en la pasión tiene dos perspectivas: personal y comunitaria. Es anhelo por la continua liberación de toda forma de pecado, de mal, individual y social. El volver a tomar día tras día la propia cruz (Lc 9,39) y aliviar com-pasivamente la cruz de cualquier hombre que esté en nuestro Camino y la de la humanidad de que formamos parte (Lc 10,25-37; Jn 13,34). Pero esta pasión no es fin de sí misma, sino que es para la vida: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24); y es para la vida sin fin: “Padecemos juntamente con él, para ser también juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17); “si sufrimos con él, también con él reinaremos” (2 Tim 2, 11). Se trata de la tensión escatológica hacia la vida de toda la existencia cristiana. Se trata de la esperanza, que sostiene el ya de la iglesia, mientras camina hacia el todavía no. Esperanza que se centra esencialmente en la resurrección de Cristo, el primero de los vivientes (Rom 8, 18-30)

b) Triduo pascual.
Una serena meditación y lectura de la presencia de la Virgen a lo largo del año litúrgico ha llevado a la constatación de que en el triduo pascual de la liturgia romana la participación de la madre en la pasión del Hijo, a pesar de ser un elemento intrínseco del misterio que se celebra, no ha sido explicitada de ninguna forma. Sin embargo, la tradición litúrgica de rito bizantino y de otros ritos orientales se muestra sensible a esta dimensión celebrativa. En la liturgia propia de la Orden de los Siervos de María, oficialmente aprobada, se ha encontrado una formo específica que se sitúa ritualmente después de la adoración de la Cruz el viernes santo. La sobria secuencia ritual que señala cómo la virgen María está indisolublemente unida a la obra de salvación realizado por su Hijo, fiel y fuerte hasta la cruz, madre de todos los hombres, modelo de la iglesia, está compuesta de una admonición a la que siguen unos momentos de oración en silencio y el canto de algunas estrofas del Stábat Mater u otro canto debidamente escogido. En el corazón de la celebración del misterio pascual se pone de relieve discretamente la primera participación de la humanidad en la pasión redentora: como para la encarnación, también para la redención, en el sentido de Col 11,24.

c) Ejercicios piadosos.

1) Inspirándose probablemente en el uso de rezar el rosario, se difundió en el s. XVII la Corona de la Dolorosa, mejor llamada inicialmente de los Siete Dolores. En una de las primeras ediciones impresas, dicha Corona se compone de elementos rituales que se mantendrán esencialmente en vigor incluso en nuestros días: introducción; enunciación de un dolor, un Padrenuestro-siete Avemarías “en veneración de las lágrimas que derramó la Virgen de los dolores”, finalmente una parte del Stábat Mater (más tarde se recitó completo) con una oración para terminar.

2) La Via Matris dolorosae. Para facilitar el modo de meditar los dolores de María, de forma análoga al Vía Crucis, este piados ejercicio recuerda a la mater dolorosa pasando de una estación a otra, en la que se representa cada uno de los siete dolores principales. Su origen parece remontarse al s. XVIII y se practicó inicialmente y en particular en las iglesias de los Siervos de María de España. Uno de los primeros testimonios escritos, conservados hasta hoy, donde se refiere el método para celebrar la Via Matris, se remonta a 1842. Normalmente este piadoso ejercicio se practica los viernes de cuaresma. Desde 1937 hasta los años sesenta, bajo la forma de novena perpetua, adquirió una importancia muy amplia en Chicago y en las dos Américas.

3) La Desolada. También este piadoso ejercicio se desarrolló en el s. XVIII. Nació de la consideración, en cierto modo pietista, de que María vivió el colmo de su dolor durante la sepultura de su Hijo; en este período ella se vio realmente “desolada”; por eso, para “com-padecer-la” algunos estaban en oración desde el atardecer del viernes santo hasta las dieciséis del sábado santo, así como todos los viernes del año.

d) Religiosidad popular.
La imagen de la madre vestida de negro manto es una presencia casi constante en las tradiciones populares que veneran a la Dolora, desde el comienzo de la devoción hasta nuestros días. Sin embargo, no es fácil encontrar una documentación exhaustiva que permita recoger las diversas formas con que la religiosidad popular, entendida en el sentido más amplio del término, ha expresado y sigue expresando su devoción a la mater dolorosa. No cabe duda de que en occidente la devoción a la Dolorosa, antes de encontrar su codificación litúrgica o en los oficios “de compassione” (desde el s. XV) o en las misas (desde comienzos del s. XV), encuentra un favor especial en las expresiones populares. La figura de madre enlutada sigue estando esencialmente ligada a otra imagen pedagógicamente hegemónica, a su stare recogido, inmóvil y mudo del evangelio de Juan o al contemplar velado en lágrimas de Stábat. Lo mismo podemos decir de las formas religiosas que se desarrollaron después del concilio de Trento, especialmente de las procesiones dramáticas y escenificaciones presentes sobre todo, aunque no sólo, en el sur de la península italiana y en España. Probablemente hoy estas formas, no siempre administradas directamente por la comunidad cristiana, son las únicas expresiones periódicas que nos quedan de la religiosidad popular en que directa o indirectamente se expresa la devoción a la Dolorosa.


NOTA HISTÓRICA

Muy recientemente todavía el editor de la Bibliografía mariana, G. Besutti, señalaba: “La historia de la piedad cristiana con la virgen María, que padece con su Hijo al pie de la cruz, no ha sido escrita aún por completo de forma que comprenda no sólo al oriente, sino a todas las regiones de occidente. Hay muchos aspectos, incluso importantes, que están más o menos diseminados por todas partes y que, si no se han ignorado, al menos no han sido valorados debidamente”. Y en este contexto refiere cómo en Herford (Paderborn) se fundó en 1011 un oratorio dedicado a “S. Mariae ad Crucem”. Esta cita revela cierto interés, en cuanto que de alguna manera confirma las observaciones de Wilmart: hay que poner antes del s. XII el nacimiento de esa corriente piadosa que se inspira en la meditación compasión de María al pie de la cruz. Sin embargo, todavía queda por precisar los tiempos y los lugares en que maduraron las reflexiones de los primeros padres de oriente y de occidente, las intuiciones poéticas y homiléticas, en concreto bizantina (por ej., Romanos Melodas, , que fueron poniendo progresivamente en relación la espada profetizada de Simeón con la compasión de la Virgen y su participación en la pasión redentora del Hijo.

A lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Dolorosa, precisándose a comienzos del s. XIV como devoción a los Siete dolores. Pero “el primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta litúrgica del dolor de María proviene de una iglesia local”; en efecto, el 22 de abril de 1423 un decreto del concilio provincial de Colonia introducía en aquella región la fiesta de la Dolorosa en reparación por los sacrílegos ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del crucificado y de la Virgen al pie de la cruz. La fiesta llevaba por título “Commemmoratio angustiae et doloribus Betae Mariae Virginis”, según el tenor del decreto conciliar, que decía: “... Ordenamos y establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la bienaventurada Virgen María se celebre todos los años el viernes después de la domínica Jubilate (tercer domingo después de pascua), a no ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al viernes próximo siguiente”.

En 1482 Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal romano, con el título de Nuestra Señora de la Piedad, un misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la cruz. Posteriormente esa fiesta se difundió por occidente con diversas denominaciones y fechas distintas. Además de la denominación establecida por el concilio de Colonia y la que se fijaba en la misa de Sixto IV, era llamada también: “De transfixione seu martyrio cordis Beatae Mariae”, “De compassione Beatae Mariae Virginis”, “De lamentatione Mariae”, “De planctu Beatae Mariae”, “De spasmo atque dolorigus Mariae”, “De septem doloribus Beatae Mariae Virginis”, etc.

Mientras tanto, el 9 de junio de 1668 se les concedián a los Siervos de María la facultad de celebrar el tercer domingo de septiembre la “Missa de septem doloribus B.M.V.” con un formulario que se deduce que es muy parecido al de 1482. Esta misma es la que, con algunas ligeras modificaciones, se recoge en el Misal de Pío V el viernes de pasión. En realidad, la fiesta del viernes de pasión, concedida el 18 de agosto de 1714 a la Orden de los Siervos, se extendió, por petición de la misma orden, a toda la iglesia latina bajo el pontificado de Benedicto XIII (22 de abril de 1727). Además, Pío VII, el 18 de septiembre de 1814 extendió al tercer domingo de septiembre la fiesta de los Siete dolores con los formularios para el oficio divino y para la misa que ya estaban en uso entre los Siervos de María. Finalmente, con la reforma de Pío X, ante el deseo de realzar el valor de los domingos, esta fiesta quedó fijada el 15 de septiembre, fecha que estaba ya en uso en el rito ambrosiano, que por no tener la octava de la Natividad de la Virgen, celebró siempre ese día los dolores de María.

La fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las rúbricas de 1960 a una simple conmemoración. El nuevo calendario promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo de pasión y redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de septiembre bajo el nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los Dolores”.


CONCLUSIÓN

La historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce igualmente de estas notas, parece trazar una línea curva que alcanza su apogeo en los períodos de codificación litúrgica. La ósmosis entre lo popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de devoción hacia la mater dolorosa. Precisamente cuando la ósmosis es mayor es cuando la intensidad aparece más profunda. Pero es preciso subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s. XX, ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide con la “cualidad” de la meditación sobre el misterio del dolor de santa María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la salvación; no se contempla ni se venera a la mater dolorosa solamente para participar conscientemente, en cuanto personas particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su resurrección, sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia, inspire a los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas cruces de los hombres para poner allí aliento, presencia liberadora y cooperación redentora. Además, la Dolorosa puede recordad a los hombres de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las cosas, que la confrontación con la palabra de la verdad y su manifestación pasa ciertamente por la experiencia de la espada (Lc 2,35; 14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el alma, pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión renovada (Jn 19, 25-27), que va más allá de la carne y de la sangre y de la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1, 13).

Fuente: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas.

sábado, 5 de septiembre de 2009

SORPRENDENTES HALLAZGOS EN LA IMAGEN E LA VIRGEN DE COROMOTO


VENEZUELA: SORPRENDENTES HALLAZGOS EN LA IMAGEN E LA VIRGEN DE COROMOTO

En un ojo, se ve una figura humana

CARACAS, viernes, 4 septiembre 2009 (ZENIT.org).- En una rueda de prensa celebrada este jueves, en la sede de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), con motivo de la restauración de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, se presentaron los nuevos hallazgos relativos a la diminuta imagen, relacionada con la primera evangelización de esta tierra.
Según la tradición --informa la CEV en una nota enviada a ZENIT--, entre finales de 1651 y principios de 1652, una Bella Señora se apareció al cacique de la tribu Coromoto y a su esposa indicándoles: "Vayan a casa de los blancos, para que les echen el agua en la cabeza y así poder ir al cielo".
Después de atender la petición de tan hermosa Señora, los indios salieron de la selva y recibieron las sabias enseñanzas del Evangelio, recibiendo un buen número de ellos el sacramento del Bautismo.
Sin embargo, el cacique, al sentir que había perdido la libertad, decide huir nuevamente a la selva; en la madrugada del 08 de septiembre de 1652, la Bella Señora se aparece de nuevo al cacique junto a su esposa, su cuñada Isabel y el hijo de esta. Al verla le pide que le deje en paz, diciéndole que ya no la obedecerá. Se levanta para tomar el arco y matar a la Señora, pero ésta se aproxima a él para abrazarlo, cayéndosele así sus armas. Decide tomar por un brazo a la Señora para sacarla de su choza; en este momento ocurre el milagro: La Bella Señora desaparece, dejando en la mano de Cacique su diminuta imagen.
A partir de ese momento, comienza una gran historia de favores y milagros, devoción y renovación de la fe en esta tierra, de la mano de la Virgen de Coromoto. Hasta que en el año 1942 es exaltada con el título de Patrona de Venezuela.
La diminuta imagen mide 2,5 cm de alto por 2 cm de ancho. A través de los 357 años que han trascurrido desde su aparición, ha sido expuesta a diferentes factores que habían producido su deterioro.
Por este motivo los miembros de la Fundación María Camino a Jesús, con sede en Maracaibo, a partir de 2002 iniciaron una campaña para restaurar los daños que ocultaban gran parte de la imagen de la Virgen con el niño Jesús. Dicha Fundación se hizo cargo, junto a monseñor José Manuel Brito, rector del Santuario Nacional de la Virgen de Coromoto, de impulsar el proyecto y contactar al grupo de expertos que participaron en el mismo, y también de conseguir los medios económicos para sufragar el proceso.
A principios de 2009, el obispo de Guanare José Sotero Valero Ruz, presentó el proyecto a la Conferencia Episcopal Venezolana, la cual después de recibir varios diagnósticos sobre el estado de la Reliquia, otorgó el permiso para proceder a la restauración.
Del 9 al 15 de marzo del año 2009, en un laboratorio instalado para este proceso, en la casa La Bella Señora, dentro de las inmediaciones del Santuario Nacional de la Virgen de Coromoto, el equipo de trabajo compuesto por los restauradores Pablo Enrique González y Nancy Jiménez, acompañados por José Luis Matheus, director de la Fundación Zuliana y monseñor José Manuel Brito como custodios del proceso, se comenzaron los trabajos de conservación de la imagen; lográndose realizar con éxito y arrojando una serie de hallazgos que hasta el momento resultaban desconocidos.
A lo largo del proceso, se fueron descubriendo elementos desconocidos. El primer hecho que llamó la atención fue, que una vez analizadas las aguas empleadas en el tratamiento, el pH resultó ser neutro, hecho inexplicable.
Fue detectada la presencia de varios símbolos, los cuales según indagaciones del antropólogo Nemesio Montiel, son de origen indígena.
Por observación microscópica, se logró identificar en los ojos de la Virgen, de menos de 1 milímetro (aproximadamente 2 micras), la presencia del iris, hecho particularmente desconcertante pues se pensaba que los ojos de la imagen eran simples puntos.
Al profundizar en el estudio del ojo izquierdo de la Virgen, se pudo definir un ojo con las características de un ojo humano; se diferencia con claridad el orbe ocular, el conducto lacrimal, el iris y un pequeño punto de luz en el mismo.
Maximizando el punto de luz, se pudo observar que el mismo parece formar la imagen de una figura humana con características muy específicas.
La corona de la Virgen y el Niño son típicamente indígenas.
ÒLa restauración de la Sagrada Imagen de la Patrona de nuestra Patria, constituye un verdadero hito histórico, pues es la primera vez que la venerada imagen es sometida a un proceso como éste, que sin duda alguna contribuirá al afianzamiento y renovación de la fe de todos los venezolanos", afirma la CEV en la nota.
ÒEsta restauración mas allá de ser la expresión del resultado del esfuerzo de un equipo multidisciplinario, es un llamado a volver nuestras vidas a Dios, y vivir la invitación que la Virgen hizo a nuestros antepasados, cuando les invitó a reconciliarse y unirse como verdaderos hermanos en Dios, a pesar de que las culturas española e indígena, tenían visiones e intereses totalmente opuestos. Es un llamado a la fraternidad y a la aceptación del otro; es un signo de esperanza, de alegría y de fe. Es la comprobación de que a pesar de las dificultades, si nos unimos como verdaderos hermanos, es posible alcanzar resultados que deriven en bienestar para todos".
Y concluye exhortando a unirse en la oración: "Virgen Santa de Coromoto, patrona de Venezuela, renovad la Fe, en toda la extensión de nuestra patria. Amén".

Madre y Reina de Venezuela . 11.09


La Virgen de Nuestra Señora de Coromoto es la patrona de Venezuela. Es venerada tanto en la ciudad de Guanare, donde apareció hace más de 350 años, como en todo el país.

Los españoles llegaron a la región de Guanare hacia fines del siglo XVI. El 3 de noviembre de 1591, el Capitán Juan Fernández de León, fundó la ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare, hoy ciudad de Guanare. La villa fue trasladada al lugar donde se encuentra hoy en el siglo XVII.

Cuando la ciudad de Guanare fue fundada, los indígenas que habitaban en la región, los Cospes, huyeron hacia la selva en el Norte de la ciudad.


LA HISTORIA

La historia de como comenzó la devoción a la Virgen de Coromoto se centra en un grupo de indígenas de la región, la tribu de "los Cospes”. Esta tribu, con la llegada del hombre blanco, decidió partir del lugar para poder continuar con sus costumbres. Abandonaron sus tierras y se dirigieron al noroeste de la ciudad de Guanare, a un paraje cercano a la ribera del río Tucupido, donde por muchos años, vivieron apartados de la ciudad. Esto dificultaba la evangelización que la iglesia Católica había emprendido.

Un día de 1652, el cacique Coromoto y su mujer atravesaban una corriente de agua y vieron una Señora de extraordinaria belleza que les dijo en su idioma: "Vayan a casa de los blancos y pídanle que les eche el agua en la cabeza (el bautismo) para poder ir al cielo".

Casualmente un español llamado Juan Sánchez, pasó por ahí y el Cacique Coromoto le relató lo sucedido. Juan Sánchez entonces le pidió que se alistara con la tribu, que el pasaría dentro de ocho días a fin de enseñarles todo lo necesario para echarles el agua. En efecto, cuando regresó los indígenas marcharon con el a un ángulo formado entre los ríos Guanaguanare y Tucupido, donde les repartieron tierras e iniciaron la catequización, a fin de prepararlos para el bautizo.

Varios de los indios recibieron el bautismo, no así el Cacique quien echaba de menos la selva donde el mandaba y no tenía que obedecer. Esto lo hizo preparar su huída. Sin embargo el sábado 8 de septiembre de 1652, la virgen vuelve a aparecer en el bohío, en presencia de Coromoto, su mujer, su cuñada Isabel y un sobrino de esta. (Es, por cierto, la única vez que la Santa Virgen aparece a una familia).

En esta oportunidad, que marcaría el comienzo de la devoción a la Santísima Virgen de Coromoto, la Virgen se le apareció al indígena, rodeada de un aura luminosa y el cacique le dijo: "¿Hasta cuándo me quieres perseguir, ya no he de hacer lo que me mandas?". El cacique coge la flecha y apunta para matarla. Como la virgen María se le acercó, Coromoto tira la flecha e intenta empujarla, pero ella desaparece, dejándole en la mano un pequeño pergamino con su imagen.

Un niño corrió a avisarle a Juan Sánchez, quien con dos de sus compañeros fueron al sitio de la aparición y recogieron la preciosa reliquia. Dieron parte a las autoridades civiles y eclesiásticas, quienes a pesar de no creerlo resolvieron llevar el pergamino a la Iglesia de Guanare en 1654, donde permaneció en un relicario hasta 1987, cuando fue incrustada en el pedestal de la imagen de madera que está hoy en día en el templo "Santuario Nacional Nuestra Señora de Coromoto".

El cacique Coromoto huyó a la selva, y al ver que la santísima Virgen no había logrado nada con el, permitió que lo mordiera una serpiente venenosa. Entonces volvió su corazón a Dios y comenzó a pedir el Bautismo, el cual le fue administrado por un Barinés que pasaba por ahí.

Al bautizarse se convirtió en apóstol y pidió a los indios que no se separaran del misionero y que se bautizaran. Como consecuencia de esto, los indios Cospes formaron una comunidad de fieles muy fervorosa.


LA IMAGEN

La Virgen de Coromoto es una diminuta reliquia que mide 27 milímetros de alto por 22 de ancho. El material de la estampa pudiera ser pergamino o "papel de seda"; la Virgen aparece pintada de medio cuerpo, está sentada y sostiene al Niño Jesús en su regazo. Su apariencia es de ser dibujada con una fina pluma, trazada como un retrato en tinta china a base de rayas y puntos.

La Virgen y el Niño miran de frente; erguidas sus cabezas coronadas. Dos columnas unidas entre si por un arco forman el respaldo del trono que los sostiene. La virgen cubre sus hombros con un manto carmesí con oscuros reflejos morados. Un blanco velo cae simétricamente sobre sus cabellos cubriéndolos devotamente. La túnica de la Virgen es de color pajizo y la del niño es blanca como su velo.

El 1º de mayo de 1942 fue declarada Patrona de Venezuela por el Episcopado Nacional de ese país. El 7 de octubre de 1944, S. S. Pío XXII, la declaró "Celeste y Principal Patrona de toda la República de Venezuela", su coronación canónica se celebró en 1952.


EL SANTUARIO

Entre el calor y la brisa del llano, a 25 kilómetros de Guanare vía Barinas (Estado de Portuguesa), se encuentra el Santuario Nacional Nuestra Señora de Coromoto, que alberga en su recinto la reliquia original de la imagen, así como también la fe de cientos de peregrinos que acuden a esta morada sagrada.

El Santuario Nacional a la Virgen de Coromoto fue declarado Basílica por S. S. Pío XII el 24 de mayo de 1949 y fue consagrado el 7 de enero de 1996, e inaugurado con la solemne Eucaristía presidida por su Santidad el Papa Juan Pablo II, el 10 de febrero de 1996.

El primer templo de cierta importancia de Guanare se inició en 1710 y fue culminado por el Presbítero Francisco Valenzuela, en 1742. Esta iglesia duró muy poco, ya que fue dañada por el terremoto del 15 de octubre de 1782 y tuvo que ser clausurada. Los trabajos para la reconstrucción se iniciaron en 1788 y terminaron el 3 de noviembre de 1807.

El proyecto de construcción del actual Santuario lo elaboró el arquitecto Erasmo Calvani en 1975, pero no fue sino hasta principios de 1980 cuando se iniciaron los trabajos.

Fue construido empleando concreto. Cuenta con dos torres paralelas de aproximadamente 80 metros de altura, y con un cimborrio (especie de cúpula) de 54 metros aproximadamente. En la girola se pueden admirar bellos vitrales, obra del artista Guillermo Márquez. Tiene pisos de mármol y tres altares, incluyendo al altar mayor.

Abarca más de 4 mil metros cuadrados y tiene capacidad para dos mil quinientas personas cómodamente situadas, un enorme estacionamiento y áreas verdes alrededor.

Tiene una estructura rica en simbología cristiana, y cuenta con dos capillas, tres altares, un estanque, balcones, miradores y más de 400 metros de vitrales, uno de los cuales está ubicado detrás del altar mayor y narra la leyenda de la aparición de la Virgen.

Al llegar al Templo Votivo, se puede comprender por qué Guanare es catalogada como la ciudad espiritual de Venezuela. La imponente obra se alza sobre la que era la choza del indio y su esposa, donde apareció la Virgen por segunda vez el 8 de septiembre de 1652.

El Santuario está dividido en tres partes. En el primer piso se encuentra el Altar Mayor, en forma de bohío, con un vitral elaborado por Guillermo Márquez donde representa la historia de la Virgen, desde la aparición hasta el momento de la coronación.

Detrás del Altar Mayor se encuentra el Trono de la Virgen, que refleja ante los ojos de los peregrinos la herencia de fe, que la Madre de Dios depositó sobre las manos del indio Coromoto, la reliquia (un pergamino con un vidrio grueso donde está la imagen).

Dos altares más completan la majestuosidad del lugar. Del lado izquierdo está el Altar Reserva del Santísimo Sacramento, en éste se tiene a Jesús en la hostia consagrada como lo indica su nombre. Del lado derecho está el Altar San Juan Bautista, que es donde se hacen los bautismos y tiene una representación de la Aparición de la Virgen.

El lugar invita al silencio y el recogimiento; más de 400 metros en vitrales con vírgenes, santos y figuras cristianas, bañan de color al recinto. El techo tiene una forma elíptica, con dos dignificados, desde adentro representa la Mitra Papal, desde afuera un barco.

La cruz de vitral, que mide 110 metros cuadrados, simboliza la Santísima Trinidad y todo su poderío en un triángulo. Dios Padre reflejado con las manos, Cristo crucificado, y el Espíritu Santo en forma de paloma, todo esto está adornado con motivos llaneros, muchas flores, ramas, palmas, como la flora de Portuguesa, para darle propiedad.

En el sótano se encuentra el Museo Coromoto, allí está la exposición de todos los objetos que las personas traen en acción de gracia a la Virgen por todos los milagros que les ha concedido, las promesas.

Un lugar de recuerdo es la Sala Papal, allí permanecen intactos todos los accesorios que usó el Papa Juan Pablo II en su última visita a Venezuela. Desde cepillo de dientes, protector solar, botellas de agua. Así como también la vestimenta del Sumo Pontífice, la Mitra Papal, además del copón, cáliz y solideo que utilizó en una misa que la feligresía venezolana lleva en su corazón.


FIESTA COROMOTANA

Del 29 de agosto al 11 de septiembre, la iglesia celebra la semana coromotana. Una caravana parte desde Guanare hasta el Santuario Nacional, el 7 de septiembre. Al llegar se realizan las 40 horas de oración con la exposición del Santísimo, para empezar la vigilia.

El 8, a las seis de la mañana, se reza el Rosario de la Aurora, hasta que a las once el Obispo de Guanare, celebre la Santa Misa”.

Para el día 11 de septiembre, es trasladada la imagen de la Virgen de Coromoto, que bendijo el Papa Juan Pablo II en 1985, a Guanare, para conmemorar la coronación canónica de 1952.


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO DE JUAN PABLO II

Virgen y Madre nuestra de Coromoto, que siempre has preservado la fe del pueblo venezolano, en tus manos pongo sus alegrías y esperanzas, las tristezas y sufrimientos de todos tus hijos.

Implora sobre los Obispos y Presbíteros los dones del Espíritu, para que fieles a sus promesas sacerdotales, sean infatigables mensajeros de la Buena Nueva, especialmente entre los más pobres y necesitados.

Infunde en los religiosos y religiosas el ejemplo de tu entrega total a Dios, para que en el servicio abnegado a los hermanos los acompañe en sus trabajos y necesidades.

Madre de la Iglesia, alienta a los fieles laicos, comprometidos con la Nueva Evangelización, para que, con la promoción humana y la evangelización de la cultura, sean auténticos apóstoles en el Tercer Milenio.

Protege a todas las familias venezolanas, para que sean verdaderas Iglesias domésticas, donde se custodie el tesoro de la fe y de la vida, donde se enseñe y se practique siempre la caridad fraterna.

Ayuda a los católicos a ser sal y luz para los demás, como auténticos testigos de Cristo, presencia salvadora del Señor, fuente de paz, de alegría, de esperanza.

Reina y Madre Santa de Coromoto, ilumina a quienes rigen los destinos de Venezuela, para que trabajen por el progreso de todos, salvaguardando los valores morales y sociales cristianos.

Ayuda a todos y a cada uno de tus hijos e hijas, para que, con Cristo Nuestro Señor y Hermano, caminen juntos hacia el Padre, en la unidad del Espíritu Santo.
Amen.

Virgen del Valle, Patrona Oriente Venezolano






La Virgen del Valle es la patrona de los pueblos Neoespartanos, en Venezuela; y Catamarqueños, Argentina. También lo es de varias ciudades españolas.

Los españoles habían fundado en la isla de Cubagua, en lo que hoy es Venezuela, la ciudad de Nueva Cádiz. La cual se desarrolló rápidamente gracias a la extracción de perlas.

Para el 25 de diciembre de 1541 un huracán arrasó toda la ciudad, incluso con la Iglesia de Santiago que guardaba la imagen. Los pobladores rescataron la imagen y de allí pasó a Isla Margarita.

La Virgen del Valle es también conocida como la Patrona de los marineros, que la llaman en oriente "la más tierna y dulce de las madres" y siempre la invocan antes de zarpar o lanzar la red.

De acuerdo con la tradición religiosa, la Virgen del Valle es considerada como la patrona del oriente de Venezuela, siendo venerada con especial devoción en la isla de Margarita.

La coronación canónica la concedió Pío X el 15 de agosto de 1910. Al año siguiente se realizó en las manos del obispo de Guayana Antonio María Durán, 8 de septiembre de 1911.


COMO LLEGA LA VIRGEN A VENEZUELA

En los inicios de la conquista los españoles fundaron en la isla de Cubagua, la ciudad de Nueva Cádiz. En poco tiempo dicha ciudad creció vertiginosamente derivado de la extracción de perlas que abundaban en sus mares.

Cuando Cubagua estaba en pleno desarrollo, encargaron para una de las dos iglesias de aquella isla, probablemente para la parroquial de Santiago, una piadosa imagen de la madre de Dios, en su privilegio y representación de Inmaculada Concepción o de Purísima, según expresión general de todos los fieles.

Si tenemos la plena y absoluta certeza de que la imagen de Nuestra Señora del Valle, que entonces designaban de la Purísima, llegó al principio a la isla de Cubagua, no hemos podido fijar la fecha exacta de su arribo a esta isla; presumimos, sin embargo, que haya sido anterior al año de 1530.

Cuenta la historia, que algún anónimo artista español del siglo VI, modeló en madera sus facciones de rostro angelical junto a brazos y manos, como un conjunto armonioso de la representación de “La Purísima”, y sus elementos sostenidos con listones del mismo material, para darle la apariencia de la Inmaculada Concepción madre de Jesús

Algunos historiadores aducen que la llegada de la Madre de Dios debió suceder el 20 de octubre de 1529, por lo que Nuestra Señora del Valle ostentaría el privilegio de ser la imagen religiosa más antigua del Continente y su Ermita, el primer santuario cristiano del Nuevo Mundo.

La venerada Imagen sería solemnemente bendecida y entronizada en el templo de la pequeña isla por el virtuoso padre D. Antonio Meléndez, que en aquellos años era el beneficiario de aquel curato, o más posiblemente, por el vicario de la isla, el presbítero Francisco de Villacorta.

La isla de Cubagua pasó por terribles y varias destrucciones, que obligaron a sus vecinos a pasarse para Margarita, donde su párroco, Francisco de Villacorta, había poblado la Villa del Espíritu Santo.

El 25 de diciembre de 1541, un terrible ciclón arrasó la Nueva Cádiz, haciendo víctimas y destruyendo la totalidad de sus casas, incluso la parroquial de Santiago. Tampoco conocemos el año del traslado de la Imagen desde Nueva Cádiz para la isla de Margarita, pero presumimos hubo de ser, a más tardar, en el año de 1542, cuando se pasaron para aquella isla gran parte de sus vecinos, llevándose consigo las cosas de su propiedad.

Como muchos de los enseres de la iglesia parroquial fueron trasladados para Margarita, la misma suerte tendría entonces la imagen de la Purísima. Unos vecinos se la llevarían entonces, con otros efectos de la iglesia cubaguense, para el Valle del Espíritu Santo y la depositaron en la ermita que por tener tierras en sus inmediaciones o ser ellos quienes desde muchos años antes existía en aquel lugar, posiblemente habrían sufragado su adquisición.


LOS MILAGROS

A la Virgen del Valle acuden los nativos de la isla y aún de todo el país, tal es su renombre, para interpretar su gracia, siendo verdaderamente abrumador el cúmulo de ex-votos, por lo general de oro, que figuran en su basílica. Se le hacen promesas, algunas raras, como la de ir "nadando" sobre la explanada que la circunda, cierto número de metros, a veces centenares.

No es de extrañar que los "milagros" o relatos de prodigios, sean un tema de conversación y enfervorizamiento y aún formen parte del folklore de la isla.

Por lo que toca a los milagros, no solamente se cuentan de la Virgen, sino que hay otros como el que relata la leyenda del Cristo de Pampatar, que viniendo a bordo, su imagen, de un navío español, con destino a otro puerto, se desató una tempestad, que seguida de otras, obligó al capitán a dejar el Cristo que manifestaba, decían de esta manera, su inquebrantable voluntad de ser Pampateño.


EL MILAGRO DE LA LLUVIA

Margarita no posee ríos, y sus pocas elevaciones impiden que las nubes se detengan en su tránsito sobre la isla… Las pocas lluvias son características en Margarita… Pero nunca como a comienzos del 1600, cuando un fenómeno natural impidió que cayera una sola gota de agua.

En esa oportunidad la sequía se extendió por años… Prácticamente todo se acabó: los animales morían y no se podía cultivar… Pero aún así, los margariteños estaban empeñados en no abandonar su isla… El mar era lo único que les proporcionaba alimentos, y la poca agua que podían trasladar desde tierra firme una vez a la semana, colmaban la desesperación de los miserables pueblos… Pero con el tiempo, muchos pescadores emigraron hacia otros lugares… Hasta que llegó el momento de decidir el destino de los habitantes que aún quedaban en la isla… En ese momento de desesperación, donde todo estaba agotado, los margariteños imploran por un milagro a la Virgen del Valle.

Ahora los margariteños habían depositados sus esperanzas en el poder divino de su Virgen. El pueblo fervoroso elevó sus plegarias en procesión, llevando a la madre de Dios por los miserables caseríos inmersos en la sequía y la desesperación… y ocurrió el milagro..! El cielo se oscureció de nubes cargadas de humedad, y un fuerte aguacero, como nunca antes, colmó los áridos campos que volvieron a la vida... A partir de entonces, la Virgen vela por la felicidad de los margariteños, y es la encargada de asegurar el agua de lluvia que, desde ese día, no ha dejado de regar los campos, ya que la isla no posee ríos… y desde ese milagroso día, la Virgen no se ha visto obligada a abandonar su templo en el Valle del Espíritu Santo, para peregrinar por los pueblos margariteños.


EL MILAGRO DE LA PERLA

Un humilde pescador de nombre Domingo, nativo de Punda, como todas las mañanas, se sumergió en las profundidades del mar en busca de las codiciadas perlas que hicieron célebre la isla de Cubagua, y que motivaron la conquista en esta parte del continente por parte de los españoles… De pronto..! cuando revisaba el manto de coral, fue alcanzado por la filosa púa de una furiosa manta raya que rondaba los criaderos de ostras... Como pudo…. salió a la superficie y llegó sangrante a la orillas, donde fue atendido por los lugareños que, en vano, intentaron parar la infección que había cangrenado la pierna… De nada sirvieron los remedios para sanar su herida… La pierna se le ulceró hasta la rodilla y sólo su amputación podía salvarle la vida… Pero ello era peor que la muerte misma para un hombre que vivía del mar y necesitaba de miembros sanos y fuertes…

Ante un desenlace fatal, la mujer de Domingo invocó al milagro de la Virgen del Valle y a los pocos días su pierna sanó sin más remedio que los rezos y oraciones de su esposa Domingo con un agradecimiento infinito, le prometió a la Virgen la primera perla que obtuviera cuando nuevamente volviera al mar… Sintiéndose seguro por el aura protectora de la Virgen del Valle, volvió al mismo lugar para extraer la valva de una inmensa ostra que halló sujeta al manto de coral… Al abrirla, su rostro mostraba el asombro de tan singular descubrimiento… ésta no era una perla común… era nada más y nada menos que una curiosa perla que asombrosamente delineaba la forma de su pierna y mostraba hasta el rastro de su cicatriz.

Hoy la perla en forma de pierna puede ser admirada en un manto bellamente tejido que se expone en el Museo Diocesano del Valle del Espíritu Santo


EL DEL GENERAL JUAN BAUTISTA ARISMENDI

La Patrona de Oriente es también la “VIRGEN BOLIVARIANA”, por ser la Patrona del Ejército Libertador Margariteño, cuya imagen inmaculada enarbolaba las banderas en cada batalla.

Durante la heroica Batalla de Matasiete que el 31 de julio de 1817 inmortalizó la valentía del heroico pueblo margariteño, el General Juan Bautista Arismendi recibió un disparo en el pecho que lo hizo rodar cuesta abajo, para angustia de sus hombres que lo daban mortalmente herido…

La conmoción embargó a la tropa al ver a su líder caído en medio de la acción de un enemigo que superaba abiertamente a los patriotas.

De pronto se oyó un grito de esperanza: Un Milagro…! Gritaron los hombres que fueron a auxiliar al héroe margariteño… Increíblemente la bala mortal no penetro el pecho, ya que fue detenida milagrosamente por una medalla de la Virgen del Valle que el patriota Arismendi siempre llevaba colgada a su pecho… y desde ese día, la imagen inmaculada de la Virgen fue bordada en los pendones patriotas que enarboló el aguerrido pueblo margariteño.

Pero el despliegue militar del español Pablo Morillo era impresionante… Lleno de rabia por la derrota sufrida en Matasiete, ordenó saquear, quemar las ciudades y los campos margariteños

El General Arismendi agradecido por el milagro de su Virgen que le salvó la vida, y en compañía del héroe de Matasiete, Francisco Estaban Gómez, rescataron la imagen de la Virgen del saqueo del Valle del Espíritu Santo, para dejarla a buen resguardo en la Iglesia de Santa Ana del Norte, santuario religioso que se hizo célebre el 6 de mayo de 1816, porque allí nació la Tercera República de Venezuela, cuando en ese recinto católico, Simón Bolívar fue reconocido como el Jefe Supremo del Ejército Libertador, para emprender su marcha invencible hacia tierra firme y liberar un Continente.


LAGRIMAS DE SANGRE

La pintora Rosaura Gonzalo pintó un lienzo a la Virgen y a partir del 25 de Octubre de 1999, la imagen ha derramado lágrimas de sangre en siete oportunidades. De acuerdo por lo señalado por los diarios regionales, la Virgen habría hecho algunas revelaciones a la artista plástica, entre otras que no quería que su imagen fuera elevada a su nicho en Basílica del Espíritu Santo.

El 18 de Diciembre de 1999 un representante de la diócesis de Margarita, presidida por el Obispo Rafael Conde, selló el cuadro, el cual fue precintado por el padre Roger Faneite, para ese entonces párroco del Valle del Espíritu Santo y quien levantó un acta que fue firmada por cinco testigos.


LA BASILICA

Para 1603, posterior a la llegada de la Virgen del Valle al Valle del Espíritu Santo, el primer centro administrativo y social de Margarita, se realizó un censo donde se estableció que esta fue la primera iglesia construida en la isla, entre 1510 y 1518. En principio, fue una pequeña iglesia modificada varias veces, una de ellas, coordinada por el Padre Phelipe Martínez, en 1733.

En el mapa de Betín de 1660 figura Nuestra Señora del Valle. Santuario de mucha devoción y milagros. El 8 de septiembre de 1911 se celebró el acto solemne de la Coronación Canónica de la Virgen del Valle y el 8 de Septiembre de 1921, fue la proclamación de la Virgen del Valle, como Patrona de la Diócesis de Guayana, que abarcaba todo el oriente de Venezuela.

Su nombre es en honor a la patrona de esa localidad y de la Marina Venezolana; "La Virgen del Valle". Después de haber sido fundada la iglesia San Nicolás de Bari, fue declarada Basílica Menor del Estado Nueva Esparta, el 8 de Septiembre de 1955, a partir de esa fecha se celebran sus fiestas patronales; comenzando con la bajada de la Virgen, el 8 de Septiembre de cada año , la cual se coloca donde el público la pueda ver de cerca.

El 16 de Marzo de 1981, gracias al reescrito de Su Santidad Juan Pablo II, la Virgen del Valle fue declarada Patrona de la Armada de la República de Venezuela. Fue declarada Basílica Menor por el Papa Juan Pablo II, en 1995.

Cada 8 de septiembre se celebra su día, fecha en la que acuden miles de peregrinos a venerarla en su santuario ubicado en el Valle de Margarita, cerca de Porlamar. Las festividades duran varios días y, en cada uno de ellos, la Virgen luce un bello traje diseñado con las telas suministradas por sus devotos.

El día 8 de Diciembre es la subida de la Virgen, la cual se coloca en un altar ubicado en la parte superior en donde el sacerdote oficia las misas.

Es un templo pequeño enmarcado en un estilo Neogótico, cuya planta en forma de Cruz Latina remata en dos pequeñas. Posee un acceso principal enmarcado a cada lado por unos salientes, sus torres están compuestas por cuatro cuerpos con entradas y salientes.

El espacio interior de la Basílica esta dividido por arcos ojivales con pequeñas columnas adosadas. La nave central está separada del presbiterio por una cúpula sobre pechinchas, a lo largo de toda la nave se destacan vitrales en forma ojival, donde su acceso principal nos conduce a un coro de dos niveles.


ORACION A LA VIRGEN DEL VALLE

Madre Santísima del Valle,
a tus plantas acudo confiadamente para pedirte
que infundas en mi alma vivos sentimientos de fe en Jesucristo.
Tu hijo Divino, porque el es el camino a la Verdad y la Vida.
Madre amorosa, concédeme la paz Espiritual.
Que en el seno de mi familia reine la comprensión y el amor.
Acepta, Madre Santa mi más profundo agradecimiento
por los favores que hasta hoy me has concedido
y que no desoigas las suplicas del pueblo Neoespartano,
de los que surcan los mares y de Venezuela toda. AMEN

Nacimiento de la Virgen María


NACIMIENTO DE LA VIRGEN MARÍA, VISIÓN DE MARIA VALTORTA
VISIÓN Y DICTADO DE MARÍA VALTORTA EL 26 DE AGOSTO DE 1944

Veo a Ana saliendo al huerto–jardín. Va apoyándose en el brazo de una pariente (se ve porque se parecen). Está muy gruesa y parece cansada – quizás también porque hace bochorno, un bochorno muy parecido al que a mi me hace sentir abatida.

A pesar de que el huerto sea umbroso, el ambiente es abrasador y agobiante. Bajo un despiadado cielo, de un azul ligeramente enturbiado por el polvo suspendido en el espacio, el aire es tan denso, que podría cortarse como una masa blanda y caliente. Debe persistir ya mucho la sequía, pues la tierra, en los lugares en que no está regada, ha quedado literalmente reducida a un polvo finísimo y casi blanco. Un blanco ligeramente tendente a un rosa sucio.

Sin embargo, por estar humedecida, es marrón oscura al pie de los árboles, como también a lo largo de los cortos cuadros donde crecen hileras de hortalizas, y en torno a los rosales, a los jazmines a otras flores de mayor o menor tamaño (que están especialmente a lo largo de todo el frente de una hermosa pérgola que divide en dos al huerto hasta donde empiezan las tierras, ya despojadas de sus mieses). La hierba del prado, que señala el final de la propiedad, está requemada; se ve rala. Sólo permanece la hierba más verde y tupida en los márgenes del prado, donde hay un seto de espino blanco silvestre, ya todo adornado de los rubíes de los pequeños frutos; en ese lugar, en busca de pastos y sombra, hay unas ovejas con su zagalillo.

Joaquín, con otros dos hombres como ayuda, está dedicado a las hortalizas y a los olivos. A pesar de ser anciano, es rápido y trabaja con gusto. Están abriendo unas pequeñas protecciones de las lindes de una parcela para proporcionar agua a las sedientas plantas. Y el agua se abre camino borboteando entre la hierba y la tierra quemada, y se extiende en anillos que, en un primer momento, parecen como de cristal amarillento para luego ser anillos oscuros de tierra húmeda en torno a los sarmientos y a los olivos colmados de frutos.

Lentamente, Ana, por la umbría pérgola, bajo la cual abejas de oro zumban ávidas del azúcar de los dorados granos de las uvas, se dirige hacia Joaquín, el cual, cuando la ve, se apresura a ir a su encuentro.
“¿Has llegado hasta aquí?”.
“La casa está caliente como un horno”.
“Y te hace sufrir”.
“Es mi único sufrimiento en este último período mío de embarazo. Es el sufrimiento de todos, de hombres y de animales. No te sofoques demasiado, Joaquín”.
“El agua que hace tanto que esperamos, y que hace tres días que parece realmente cercana, no ha llegado todavía. Las tierras arden. Menos mal que nosotros tenemos el manantial cercano, y muy rico en agua. He abierto los canales. Poco alivio para estas plantas cuyas hojas ya languidecen cubiertas de polvo. No obstante, supone ese mínimo que las mantiene en vida. ¡Si lloviera!...”.

Joaquín, con el ansia de todos los agricultores, escudriña el cielo, mientras Ana, cansada, se da aire con un abanico (parece hecho con una hoja seca de palma traspasada por hilos multicolores que la mantienen rígida).

La pariente dice: “Allí, al otro lado del gran Hermón, están formándose nubes que avanzan velozmente. Viento del norte. Bajará la temperatura y dará agua”.
“Hace tres días que se levanta y luego cesa cuando sale la Luna. Sucederá lo mismo esta vez”. Joaquín está desalentado.
“Vamos a casa. Aquí tampoco se respira; además, creo que conviene volver…”. Dice Ana, que ahora parece de tez todavía más olivastra debido a que se le ha puesto al improviso pálida la cara.

“¿Sientes dolor?”.
“No. Siento la misma gran paz que experimenté en el Templo cuando se me otorgó la gracia, y que luego volví a sentir otra vez al saber que era madre. Es como un éxtasis. Es un dulce dormir del cuerpo, mientras el espíritu exulta y se aplaca con una paz sin parangón humano. Yo te he amado, Joaquín, y, cuando entré en tu casa y me dije: “Soy esposa de un justo”, sentí paz, como todas las otras veces que tu próvido amor se prodigaba en mí. Pero esta paz es distinta. Creo que es una paz como la que debió invadir, como una deleitosa unción de aceite, el espíritu de Jacob, nuestro padre, después de su sueño de ángeles. O semejante, más bien, a la gozosa paz de los Tobías tras habérseles manifestado Rafael. Si me sumerjo en ella, al saborearla, crece cada vez más. Es como si yo ascendiera por los espacios azules del cielo… y, no sé por qué, pero, desde que tengo en mí esta alegría pacífica, hay un cántico en mi corazón: el del anciano Tobit. Me parece como si hubiera sido compuesto para esta hora… para esta alegría… para la tierra de Israel que es su destinataria… para Jerusalén, pecadora, mas ahora perdonada… bueno… no os riáis de los delirios de una madre… pero, cuando digo: “Da gracias al Señor por tus bienes y bendice al Dios de los siglos para que vuelva a edificar en ti su tabernáculo”, yo pienso que aquel que reedificará en Jerusalén el Tabernáculo de Dios verdadero, será este que está para nacer… y pienso también que, cuando el cántico dice: “Brillarás con una luz espléndida, todos los pueblos de la tierra se postrarán ante ti, las naciones irán a ti llevando dones, adorarán en ti al Señor y considerarán santa tu tierra, porque dentro de ti invocarán el Gran Nombre. Serás feliz en tus hijos porque todos serán bendecidos y se reunirán ante el Señor. ¡Bienaventurados aquellos que te aman y se alegran de tu paz!...”, cuando dice esto, pienso que es profecía no ya de la Ciudad Santa, sino del destino de mi criatura, y la primera que se alegra de su paz soy yo, su madre feliz…”.

El rostro de Ana, al decir estas palabras, palidece y se enciende, como una cosa que pasase de luz lunar a vivo fuego, y viceversa. Dulces lágrimas le descienden por las mejillas, y no se da cuenta, y sonríe a causa de su alegría. Y va yendo hacia casa entre su esposo y su pariente, que escuchan conmovidos en silencio.

Se apresuran, porque las nubes, impulsadas por un viento alto, galopan y aumentan en el cielo mientras la llanura se oscurece y tirita por efectos de la tormenta que se está acercando. Llegando al umbral de la puerta, un primer relámpago lívido surca el cielo. El ruido del primer trueno se asemeja al redoble de un enorme bombo ritmado con el arpegio de las primeras gotas sobre las abrasadas hojas.

Entran todos. Ana se retira. Joaquín se queda en la puerta con unos peones que le han alcanzado, hablando de esta agua tan esperada, bendición para la sedienta tierra. Pero la alegría se transforma en temor, porque viene una tormenta violentísima con rayos y nubes cargados de granizo. “Si rompe la nube, la uva y las aceitunas quedarán trituradas como por rueda de molino. ¡Pobres de nosotros!”. Joaquín tiene además otro motivo de angustia: su esposa, a la que le ha llegado la hora de dar a luz al hijo.

La pariente le dice que Ana no sufre en absoluto. Él está, de todas formas, muy inquieto, y, cada vez que la pariente u otras mujeres (entre las cuales la madre de Alfeo) salen de la habitación de Ana para luego volver con agua caliente, barreños y paños secados a la lumbre, que, jovial, brilla en el hogar central en una espaciosa cocina, él va y pregunta, y no le calman las explicaciones tranquilizadoras de las mujeres. También le preocupa la ausencia de gritos por parte de Ana. Dice: “Yo soy hombre. Nunca he visto dar a luz. Pero recuerdo haber oído decir que la ausencia de dolores es fatal…”.

Declina el día antes de tiempo por la furia de la tormenta, que es violentísima. Agua torrencial, viento, rayos… de todo, menos el granizo, que ha ido a caer a otro lugar.

Uno de los peones, sintiendo esta violencia, dice: “Parece como si Satanás hubiera salido de la Gehena con sus demonios. ¡Mira qué nubes tan negras! ¡Mira qué exhalación de azufre hay en el ambiente, y silbidos y voces de lamento y maldición! Si es él, ¡está enfurecido esta noche!”

El otro peón se echa a reír y dice: “Se le habrá escapado una importante presa, o quizás Miguel de nuevo le habrá lanzado el rayo de Dios, y tendrá cuernos y cola cortados y quemados”.

Pasa corriendo una mujer y grita: “¡Joaquín! ¡Va a nacer de un momento a otro! ¡Todo ha ido rápido y bien!”. Y desaparece con una pequeña ánfora en las manos.

Se produce un último rayo; tan violento, que lanza contra las paredes a los tres hombres. En la parte delantera de la casa, en el suelo del huerto, queda como recuerdo un agujero negro y humeante. Luego, de repente, cesa la tormenta. De detrás de la puerta de Ana viene un vagido (parece el lamento de una tortolita en su primer arrullo). Mientras, un enorme arco iris extiende su faja semicircular por toda la amplitud del cielo. Surge, o por lo menos lo parece, de la cima del Hermón (la cual, besada por un filo de sol, parece de alabastro de un blanco–rosa delicadísimo), se eleva hasta el más terso cielo septembrino y, salvando espacios limpios de toda impureza, deja debajo las colinas de Galilea y un terreno llano que aparece entre dos higueras, que está al Sur, y luego otro monte, y parece posar su punta extrema en el extremo horizonte, donde una abrupta cadena de montañas detiene la vista.

“¡Qué cosa más insólita!”.
“¡Mirad, mirad!”.
“Parece como si reuniera en un círculo a toda la tierra de Israel, y… ya… ¡fijaos!, ya hay una estrella y el Sol no se ha puesto todavía. ¡Qué estrella! ¡Reluce como un enorme diamante!...”.
“¡Y la Luna, allí, ya llena y aún faltaban tres días para que lo fuera! ¡Fijaos cómo resplandece!”.


Las mujeres irrumpen, alborozadas, con un “ovillejo” rosado entre cándidos paños.
¡Es maría, la Mamá! Una María pequeñita, que podría dormir en el círculo de los brazos de un niño; una María que al máximo tiene la longitud de un brazo, una cabecita de marfil teñido de rosa tenue, y unos labiecillos de carmín que ya no lloran sino que instintivamente quieren mamar (tan pequeñitos, que no se ve cómo van a poder tomar un pezón), y una naricita diminuta entre dos carrillitos redondetes. Si la estimulan abre los ojitos: dos pedacitos de cielo, dos puntitos inocentes y azules que miran, y no ven, entre sutiles pestañas de un rubio tan tenue que es casi rosa. También el vello de su cabeza redondita tiene una veladura entre rosada y rubia como ciertas mieles casi blancas.


Tiene por orejas dos conchitas rosadas y transparentes, perfectas; y por manitas… ¿qué son esas dos cositas que gesticulan y buscan la boca? Cerradas, como están, son dos capullos de rosa de musgo que hubieran hendido el verde de los sépalos y asomaran su seda rosa tenue; abiertas, como están ahora, dos joyeles de marfil apenas rosa, de alabastro apenas rosa, con cinco pálidos granates por uñitas. ¿Cómo podrán ser capaces de secar tanto llanto esas manitas?

¿Y los piececitos? ¿Dónde están? Por ahora son sólo pataditas escondidas entre los lienzos. Pero, he aquí que la pariente se sienta y la destapa… ¡Oh, los piececitos! De la largura aproximada de cuatro centímetros, tienen por planta una concha coralina; por dorso, una concha de nieve veteada de azul; sus deditos son obras maestras de escultura liliputiense, coronados también por pequeñas esquirlas de granate pálido. Me pregunto cómo podrán encontrarse sandalias tan pequeñas que valgan para esos piececitos de muñeca cuando den sus primeros pasos, y cómo podrán esos piececitos recorrer tan áspero camino y soportar tanto dolor bajo una cruz.

Pero esto ahora no se sabe. Se ríe o se sonríe de cómo menea los brazos y las piernas, de sus lindas piernecitas bien perfiladas, de los diminutos muslos, que, de tan gorditos como son, forman hoyuelos y aritos, de su barriguita (un cuenco invertido), de su pequeño tórax, perfecto, bajo cuya seda cándida se ve el movimiento de la respiración y se oye ciertamente – si, como hace el padre feliz ahora, en él se apoya la boca para dar un beso – latir un corazoncito… Un corazoncito que es el más bello que ha tenido, tiene y tendrá la tierra, el único corazón inmaculado de hombre.

¿Y la espalda? Ahora la giran y se ve el surco lumbar y luego los hombros, llenitos, y la nuca rosada, tan fuerte, que la cabecita se yergue sobre el arco de las vértebras diminutas, como la de un ave escrutadora en torno a sí del nuevo mundo que ve, y emite un gritito de protesta por ser mostrada en ese modo; Ella, la Pura y Casta, ante los ojos de tantos, Ella, que jamás volverá a ser vista desnuda por hombre alguno, la Toda Virgen, la Santa e Inmaculada. Tapad, tapad a este Capullo de azucena que nunca se abrirá en la tierra, y que dará, más hermoso aún que Ella, su Flor, sin dejar de ser capullo. Sólo en el Cielo la Azucena del Trino Señor abrirá todos sus pétalos. Porque allí arriba no existe vestigio de culpa que pudiera involuntariamente profanar ese candor. Porque allí arriba se trata de acoger, a la vista de todo el Empíreo, al Trino Dios – Padre, Hijo, Esposo – que ahora, dentro de pocos años, celado en un corazón sin mancha, vendrá a Ella.

De nuevo está envuelta en los lienzos y en los brazos de su padre terreno, al que asemeja. No ahora, que es un bosquejo de ser humano. Digo que le asemeja una vez hecha mujer. De la madre no refleja nada; del padre, el color de la piel y de los ojos, y, sin duda, también del pelo, que, si ahora son blancos, de joven eran ciertamente rubios a juzgar por las cejas. Del padre son las facciones – más perfectas y delicadas en Ella por ser mujer, ¡y qué Mujer! –; también del padre es la sonrisa y la mirada y el modo de moverse y la estatura. Pensando en Jesús como lo veo, considero que ha sido Ana la que ha dado su estatura a su Nieto, así como el color marfil más cargado de la piel; mientras que María no tiene esa presencia de Ana (que es como una palma alta y flexible), sino la finura del padre.

También las mujeres, mientras entran con Joaquín donde la madre feliz para devolverle a su hijita, hablan de la tormenta y del prodigio de la Luna, de la estrella, del enorme arco iris.

Ana sonríe ante un pensamiento propio: “Es la estrella” dice. “Su signo está en el cielo. ¡María, arco de paz! ¡María, estrella mía! ¡María, Luna pura! ¡María, perla nuestra!”.
“¿María la llamas?”.
“Sí. María, estrella y perla y luz y paz…”.
“Pero también quiere decir amargura… ¿No temes acarrearle alguna desventura?”.
“Dios está con Ella. Es suya desde antes de que existiera. Él la conducirá por sus vías y toda amargura se transformará en paradisíaca miel. Ahora sé de tu mamá… todavía un poco, antes de ser toda de Dios…”.
Y la visión termina en el primer sueño de Ana madre y de María recién nacida.